—Achicó los ojos entendiendo hacia dónde iba la pregunta inicial del duque. Negó rápido, no quería que se interpretara mal todo.— No no no. Si Lucifer viene a esa hora supongo que es por ser un demonio nocturno (?) —Rió ligeramente pero continuó negando con la cabeza.— No se haga ideas que no, Sir, dudo mucho ser del gusto de los demonios. — Asintió despacio con la cabeza.— Tal vez ya sea del agrado de lo que sea que vive dentro de mí.

—Su boca en un gran círculo hizo soltar un largo y tendido "ooooh", terminando por sonreír.— Te recomiendo cuidarte, los demonios somos muy fértiles. —Bromeó con pesadez, iría poco a poco, no quitaría el dedo del renglón aún.— Claro, pero... Dime, ¿las voces han estado... Tranquilas? Necesito que estés muy concentrada o te puedes perder.

— Miró de inmediato hacia atrás, cerciorandose que Lucifer no estuviera con ella en ese momento. Regresó la mirada al duque y negó con la cabeza. — Solo me visita por las noches, así que hoy prácticamente estoy sola. — Quiso desviar la atención del duque hacia otra direccion.— ¿Yo puedo entonces estar ahí donde usted usando el espejo?

¿Transportarte por los espejos? Hay que tener cuidado, bien puedes terminar en otros mundos. —Rascó su barba, casi restándole importancia a un dato tan relevante. Cruzando los brazos, se recargó del borde de madera, alzando una ceja con cierta diversión.— Creí que Lucifer estaría haciéndote compañía. —Con la punta de la lengua, acarició uno de sus colmillos, ansioso por su respuesta.—

— «Bruja .. bruja .. real, no real.. » Divagaba hasta que una voz conocida la interrumpió. Abrió como platos los ojos en cuanto lo vio del otro lado. Dio un paso hacia atrás más que divertida, aterrada pues obviamente ya se estaba volviendo loca. — Estoy enloqueciendo. — Se vuelve a acercar al espejo pero para su suerte, era real. — No tiene idea cuánto. Necesito aprender a hacer eso. — Rió divertida y volvió a colocar la mano debajo de la barbilla. — Estos espejos, olvide que son portales, debí llamarlo antes pues ya estaba a punto de sacarme los ojos de la aburrición.

—Iba a tocarle el espejo, porque estaba del otro lado, aunque primero alzó una ceja al verla tan perdida en su mente.— Oye, ¿qué te pasa? ¿Ya moriste de aburrimiento sin mí? —Habló desde el espejo.—