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•Se bien cuanto te gusta mirarme•
 
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Tenía que admitir que la tranquilidad ajena era curiosa, divertida de admirar sobre todo conociendo a aquel hombre, tan irrefrenable, alguien en quien la sutileza se creería inexistente si se tomaba solo la primera impresión que solía causar. Sin embargo ahí estaba, regalando caricias cuidadosas, aunque no por ello tímidas o decorosas, pues cada vez esas ásperas manos se tomaban más libertades, aprovechando la apertura de sus ropas -Mmnh, tal vez si lo hice... aunque admito que estás compensando bien tu ausencia- Como buena soberbia, adoraba que llegasen a darle atenciones.
 
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