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Cuando toda la oscuridad cubrió el lugar, la joven noble, una pequeña niña apenas podía distinguir a lo lejos dos estelas rojas que se acercaban a gran velocidad. El estridente sonido de la carroza y el imponente golpear de los casquillos del caballo contra el suelo anticipaba el inevitable destino de la princesa Vorhen.
Cerró sus ojos, se abrazo a si misma encogiéndose en su propio lugar aguardando por aquello de lo que no podría jamás escapar.
— Liberenme.— Despertó con la vista de la fogata frente a ella, nuevamente se había quedado dormida para ser presa de sus pesadillas.
 
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[...] las direcciones, en cada rincón de la oscuridad, pareció paranoico, temió a que algo escuchara su conversación, mas al continuar todo implicó la excedencia de tiempo. Tras suspirar aliviado volvió a hablar, ahora un poco más apresurado, pues lo que iba a mencionar estaba vedado de cualquier conocimiento digno:

— Los gusanos se retuercen en la cabeza, son los sueños engendrados por la debilidad del hombre, quién se deja arrastrar por el río de los cielos —eran las pesadillas ordinarias—. Los ciempiés devoran la carne de los miserables, el rencor incitador de atrocidades, penitencia de los castigados —eran las maldiciones—. Y están las puertas, umbrales hacia las estrellas, el regalo más preciado —¿se podía decir que eran sueños ya? Hasta ahí llegó la ciencia prohibida, una palabra más y las estrellas mirarían a ellos.

— ¿Qué me dices? ¿Tienes idea del origen de tus pesadillas? Forzar un sueño es algo radical, tal vez una poción sea mejor, pero no es una solución real.
 
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