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Cuando toda la oscuridad cubrió el lugar, la joven noble, una pequeña niña apenas podía distinguir a lo lejos dos estelas rojas que se acercaban a gran velocidad. El estridente sonido de la carroza y el imponente golpear de los casquillos del caballo contra el suelo anticipaba el inevitable destino de la princesa Vorhen.
Cerró sus ojos, se abrazo a si misma encogiéndose en su propio lugar aguardando por aquello de lo que no podría jamás escapar.
— Liberenme.— Despertó con la vista de la fogata frente a ella, nuevamente se había quedado dormida para ser presa de sus pesadillas.
 
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Cuando ella dijo "todo" sus dedos no pudieron evitar desgarrar la corteza del tronco que fungió como asiento, quedaron marcados estos, instintivamente empleó mucha fuerza en su agarre, señal de genuino nerviosismo. Su sonrisa amigable se borró, al ella murmurar aquél cerró los ojos, más atento que en todas las aventuras antes vividas; le robó a Liviet casi un minuto de su vida y su tortuosa velada—. Sí, esta noche puedo decírtelo.

Erguido, extrañamente digno y con un mirar inhumano, se centró él en los celestes ojos de la noble; el saber prohibido emergió de sus labios:

— Un nuevo sueño no es distinto a un nuevo mundo, uno que cubrirá todos tus recuerdos y te encerrará aún despierta; no podrás controlarlo —explicó con preciso (aunque aparentemente enmarañado) detalle—. Es menester el saber la procedencia de tu martirio, pues de sueños nosotros hablamos de tres esferas.

Hasta entonces habló con frialdad, pero al ser extremadamente precavido sus ojos buscaron en todas [...]
 
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