Rio suavemente, el buen humor de Liviet era contagioso, tanto que ya había incluso dejado de lado las tonterías que había pensado en el momento en el que la vio. —¿Cómo es que siempre te regalan cosas?— Genuina curiosidad en aquélla pregunta, estaba segura de que contrario a lo que pensaba de si misma, la princesa era un amuleto de buena suerte.
Poco a poco Liviet parecía abrirse un poco más a sus emociones, momentos fugaces en los que decidía dejar de lado las ambiciones de su viaje y motivos por los cuales seguís con vida. Acomodó un mechon de su cabello y se encogió ligeramente de hombros. — Supongo que hoy...ha sido un buen día. — La gente en los pueblos no solían ser malos con ella, probablemente porque sabían que ella y su amiga elfa mantenían al margen a las amenazas al vivir a los alrededores. Todo eso le hacía sentir diferente y daba calidez a ese corazón aparentemente marchito.
Apoyó los codos en la mesa en donde estaba y el menton en sus palmas, en aquella cabaña de la que se habían adueñado cual viles posesionarios. No podía dejar de mirarla y sin importar lo mucho que ella negara su origen, parecía una princesa. Aunque no iba a decirlo pues valoraba su vida. —Opino que luces contenta.
— Cuando fui a comprar cosas para la comida una amable anciana me lo obsequió tras escucharla un rato hablando sobre los viejos tiempos... — Se movió un poco para tratar de mirar mejor el vestido. — ¿Que opinas?
