[...] azul que portaba cuando las cosas de los muertos se ponían serias. Tras un suspiro, avanzó un par de pasos, tanteando la superficie irregular y apretando los dientes para resistir el aroma. Sentía el bello erizándole la nuca, la sensación de lo pútrido venía de delante y detrás. Pero había algo a sus espaldas que estaba acercándose a velocidad; por el contrario, hacia delante sentía las sombras de los espíritus, más no percibía algo imposible de afrontar—. Hacia allá —señaló con un movimiento de mano el lado del túnel que arrojaba un poco de luz— ¿A dónde nos has traido, Linden?

Sacudió la cabeza intentando despejar la ensoñación. Sabriel pensó que hacía poco estaba durmiendo en su habitación dentro del pilar de los Sequester después de aplicarse un ungüento en las heridas que le había provocado el entrenamiento con Stephan. Ahora estaba ahí, en medio de un túnel sin fin que asemejaba el interior de un gusano. No quería levantar la mano para comprobar si las paredes eran, en efecto, piel lisa; ni siquiera quería voltear a verlas. Por si fuera poco, tenía las muy características arcadas producidas por el nauseabundo olor y sensación palpante de la muerte. ¿Cómo había hecho Linden para sacarla de un medianamente plácido sueño al interior de un gusano interminable? —. Estamos... —repitió, convendiéndose. Después miró al muchacho a través de los matices de la oscuridad, distinguiendo el cabello despeinado. Él se veía más despierto y definitivamente más consciente de lo que estaba sucediendo. Sacudió la cabeza para despejarse y notó el repiqueteo de la armadura azu