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—Oye, oye... está bien, tú ganas por esta vez pero debemos irnos de aquí. Si tu hermano siente el aroma a comida, despertará y se pondrá a llorar —rió por lo bajo, arropó un poco Lilith con una manta y salió por la ventana hacia el patio, sentándose en la mecedora bajo la sombra del árbol. Ahí se bajó un poco el vestido y acercó a la infante a su pecho—. Diablos, ¿por qué tuvieron que salir a mí? Ahora entiendo a tu padre.
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