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Daughter of Lilith // Queen of Hell
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No necesitó largo tiempo para cavilar sobre lo que Lilim pedía; sobraba aclarar que él no tenía interés en ocupar el lugar más preponderante en los infiernos, a sabiendas de que eso lo convertiría en el objetivo de conjuras y animadversiones aún peores de las que ya sufría; y, si bien su apetito de poder jamás lograría ser moderado, ahora tenía algo más en qué pensar: su familia, la nueva y más importante razón para sus actos. La imagen de Chordeva cruzó su mente, haciéndolo sonreír de medio lado en un gesto más relajado que su estoicismo anterior; no había mucho que pensar, puesto que estaba dispuesto a apoyar a Lilim exactamente de la forma en que había ofrecido antes; con lo cual no faltaba a lo que ella solicitaba.

—Exceptuando en lo tocante a mis dominios, siempre he preferido el asiento detrás del trono; ahí puedo estirar las piernas con mayor comodidad. No aspiro a ocupar el sitial máximo de los abismos.

Su explicación quizá fue innecesario, pero aún así la juzgó conveniente; una manera de hacer ver a Lilim que estaba conforme con las ideas expuestas. Fue entonces cuando la vio invocar un nuevo objeto en la escena: una daga de indudable hechura celestial, lo que, por instinto, le hizo fruncir el ceño: si bien su poder era suficiente para poder resistir la señal de lo divino, no estaba exento de incomodidad y desagrado frente a esos símbolos. Hubo de admitir cierta sorpresa cuando vio a Lilim manipulándola, y peor aún, lastimándose con ella sin llegar a hacerse daño real; aunque, recordando las leyendas que corrían sobre ella, tampoco era algo que debiera maravillarlo demasiado. Un asomo de codicia tiñó su mirada, pero esa era solo su naturaleza: ¿quién podría resistirse a desear semejante tesoro? Para suerte suya, sus impulsos no eran predominantes en su ser - a menos que se tratase de su esposa, quien podía lograr en él cuanto se le antojase.

Una alianza como la que ella proponía, respaldada por un pacto de sangre, era algo a lo que Flauros no accedería en otras ocasiones. No obstante, esta era una de las contadas veces en que había hablado con toda franqueza, exponiendo sus motivos y yendo de frente; así pues, no había nada que temer. Pero, incluso si estaba a punto de aceptar, se rehusó por completo a sentir el acero bendito mancillando su piel; de modo que, usando una larga y afilada uña, trazó una línea que cruzó a través de su palma, haciendo brotar la sangre de inmediato. Entonces adelantó el brazo, tomando la mano que Lilim le ofrecía para estrechar la ajena; a sabiendas de que su decisión tendría no pocas repercusiones en el infierno. Sonrió aún más al pensar en el posible revuelo de los acontecimientos que acababa de disparar, seguro de que ese era el inicio de una coalición fructífera, que le permitiría afianzar su mandato y elevarse a nuevas glorias. Por supuesto, no contemplaba aquello sin ver junto a sí la figura de Chordeva, pues incluso ahora intentaba cumplir la promesa que le había hecho una vez:

"Conquistaré el infierno para ponerlo a tus pies, antes de darte el firmamento."

—Acepto. —La palabra salió, fuerte y clara, de su garganta, mientras la humedad pringosa de la sangre mojaba su palma. El acuerdo había sido sellado, y ahora ninguno de los dos podría echarse atrás en sus juramentos, estando no solo atados por las leyes de los avernos, sino por el lazo inquebrantable de la esencia propia en connivencia con la ajena. Flauros alzó la mirada - que había mantenido clavada con cierta fascinación en el enlace de ambas manos - para estudiar el rostro de Lilim, curioso de saber cómo reaccionaría ella ante la aceptación de su propuesta; y, en voz aún solemne, aunque menos sonora, añadió, mientras intentaba verla a los ojos: —Es la primera vez que acepto un pacto de sangre, Lilim, con alguien fuera de mis más allegados, quienes me han jurado servicio o pertenecencia —por supuesto, con eso último se refería tan solo a su esposa—; he ahí la veracidad de mis intenciones. Ahora, dime qué planeas hacer. ¿Por dónde hemos de comenzar?
 
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