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Daughter of Lilith // Queen of Hell
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Fl1558148 · M
Flauros no era indiferente a las habilidades de su anfitriona. Sin embargo, el estoicismo con el que siguió conduciéndose, y su mirada imperturbable, harían pensar que aquel despliegue de energía no surtió ningún efecto en el duque, quien se mantuvo firme y erguido, con una expresión de leve interés que recibió las palabras melifluas de Lilim. La sensación de cálido abrazo que inundó sus sentidos pasó a un segundo, casi tercer plano, cuando los engranes de su mente tomaron la batuta; su astucia era uno de sus rasgos predominantes, y habría de jugársela en pleno si deseaba salir airoso de las posibles contiendas que su futuro auguraba. ¿Ceder o no? ¿Jurar lealtad, o pretender una equidad que ahora se le antojaba lejana? Debía admitir que el ofrecimiento era tentador, y que la idea de que alguien como Lilim estuviera en deuda con él resultaba de lo más atractiva: favores como aquel lo habían propulsado hasta alcanzar la grandeza, y nunca estaba de más procurarse nuevos compromisos. Pero, por otra parte, su ser indómito se rebelaba con ahínco, incapaz de hincar la rodilla y bajar la testa para entregar su fidelidad; no, esta ya pertenecía a alguien más, la digna dueña de su ser.

La lealtad bien entendida comienza con uno mismo, Lilim.

De nuevo aquel tono firme y decidido. Por más promesas de gloria que ella pudiera arrojarle como cebo, el orgullo propio imperaba, previniéndolo de jugar en condiciones desiguales; siguiendo tal premisa, Flauros habría de negociar hasta el final, cuando ninguna otra opción quedase y solo pudiera rechazar o guardarse la vanidad en pos de aceptar la dádiva.

Yo soy leal a los míos, y a mí mismo. Eso me impide jurarte mi servicio, así que, me temo, debemos encontrar un mejor acuerdo para ambos.

Dejó que las palabras resonaran en los oídos de la chica mientras caminaba hacia ella, cediendo, por fin, al impulso de acercarse a la ventana y contemplar la vastedad de aquel rincón infernal sobre el cual el castillo gobernaba. Su atención estaba en las planicies, en el lúgubre paisaje que, para seres como ellos, era el paraíso prometido; y la codicia se asomó desde sus entrañas, llamándolo a aumentar sus caudales, a hacerse con más poder y posesiones. No intentó acallarla; pero la ató con las cadenas de su razón, y se guardó de ceder a sus impulsos.

Así pues... ¿Qué te parece un trato? Nosotros vivimos de ellos; de contratos y reglas, de acuerdos. Te propongo algo mejor que un servicio. Te ofrezco camaradería, una alianza; pues, cuando tú adquieras la totalidad de tus poderes, y yo haya remontado aún más desde mi actual sitial, ambos seremos fuerzas imparables. Será mejor vernos como aliados que rivales potenciales. Piénsalo. Hay más por ganar en la equidad, que en la posibilidad de una traición.
 
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