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El viaje desde el Kremlin, en el corazón de Moscú, hasta el palacio de Petroff no era nada corto a pesar de ser un trayecto directo, pero para Leonid, quien iba absorto en sus pensamientos, no duró más que un abrir y cerrar de ojos. Hacía apenas un par de meses que había sido retirado del campo tras una breve incursión en el proyecto Korallovaya, y ese singular hecho no parecía dejar de dar vueltas en su cabeza.
 
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LevKozlov · 31-35, M
Lyonya —como era llamado de cariño— había crecido en un tumultuoso y bélico clima político, mismo que había propiciado en él una profunda intriga por el naciente movimiento comunista; curiosidad que se volvió fervor a la par de que el movimiento se convertía en régimen, bajo el ejemplo enardecido y las continuas enseñanzas de su hermano, Sascha.

Por ende, y de forma inevitable, se sentía frustrado. La rezumante propaganda del estado era eficiente en hacer sentir a cada ciudadano, a cada obrero, a cada oficial, como parte integral de la nueva Unión Soviética, ya fuese en mayor o menor medida. Pero aun así, le costaba trabajo reconciliar su pasión con la idea del trabajo administrativo, percibiéndose relegado a la monotonía del interminable papeleo y la soporífera supervisión. Añadiendo insulto a la herida, encontraba bochornoso el tener que examinar y validar a los nuevos agentes que entrarían al campo.
 
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