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El viaje desde el Kremlin, en el corazón de Moscú, hasta el palacio de Petroff no era nada corto a pesar de ser un trayecto directo, pero para Leonid, quien iba absorto en sus pensamientos, no duró más que un abrir y cerrar de ojos. Hacía apenas un par de meses que había sido retirado del campo tras una breve incursión en el proyecto Korallovaya, y ese singular hecho no parecía dejar de dar vueltas en su cabeza.
 
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NinaBeaudreau · 26-30, F
Sus ojos hesitaron sobre el rostro de Antipov, y sonrió a medias, pero con tanta honestidad como podía; después de todo, ella había aceptado todos los términos y condiciones del trato, debía cumplir con su parte.

Tomó fuerzas, se mentalizó lo más que pudo, y salió del auto para enfrentarse de golpe a ese nuevo mundo que ella debía proteger a toda costa, a pesar de que ese mismo mundo le había arrebatado todo lo que alguna vez había amado.

De no ser por la banda militar, y los uniformes, quizá hubiera parecido un baile cualquiera a los que estaba tan acostumbrada a frecuentar, pero le parecía intolerable el enorme retrato de Stalin al centro del recinto, y esos horribles saludos militares. Incluso siendo escudada por la presencia de Antipov en todo momento, sentía que gritaría si tenía que volver a ser presentada como Tovarishch Kuznetsova, y recibir esas miradas de lástima inherente que todos parecían tenerle.

Deseaba con todas sus fuerzas ser invisible.
NinaBeaudreau · 26-30, F
De cualquier forma, ahora estaba a su merced, y aquella noche era la culminación del preludio de su verdadera condena: esa noche sería presentada oficialmente con su división, para entonces partir a Berlín en tan sólo un par de semanas, a comenzar con su misión.

—"Nina, estarás bien, me aseguré de que tengas un buen oficial que te guíe."

Había dicho él, como si percibiera la angustia que tanto intentaba ocultar. Hasta el momento, no tenía razones para desconfiar de la palabra de Antipov, pues había cumplido con todo lo que había prometido: le dio un cuarto privado, rescató algunos objetos importantes pertenecientes a su familia, le había dado un debido entierro a los miembros de su familia que habían perecido en desgracia, y había conseguido un buen partido para Natalie, incluso había dejado que ambas se escribieran cartas durante su estancia de entrenamiento.
NinaBeaudreau · 26-30, F
Se dio una última mirada al espejo, y con todo el orgullo que le quedaba, tragó saliva, determinada a disipar ese horrible nudo que se había hecho en la garganta. Sabía lo que su padre hubiera dicho al verla así: Ninoshka, moya milaya kukolka, ¡nadie podría brillar más que tú esta noche! Sonrió, más lo hizo de pura nostalgia, y eso le dio fuerzas para mantener la frente en alto cuando Antipov llamó a su puerta, y la dirigió a su automóvil.

Kirill Gavrilovich Antipov.

¿Cómo describir a uno de los más altos mandos de la NKDV? Sólo por debajo de Nikolái Yezhov, el símbolo de la represión, el artífice de las Grandes Purgas, de ese terrible periodo en el que vivían, la Yezhóvschina.

Sorprendería a cualquiera que Antipov era todo lo contrario a Yezhov, al menos a Nina lo hacía. No era cruel, ni autoritario, era atípicamente humano y compasivo, y por eso ella tenía sentimientos encontrados con respecto a él; ¿lo veía como su salvador, o como su inquisidor?
NinaBeaudreau · 26-30, F
Aquello era peor de lo que jamás imaginó.

La belleza y elegancia del palacio de Petroff era innegable, la conocía bien, pero jamás en estas circunstancias, no, jamás en una gala de la NKDV. ¡Cómo detestaba el verde olivo de esos uniformes! ¡Aún más el brillo de esas medallas, o la rigidez de las terribles komissarkas! Quería gritar, quería dejar de sonreír y de saludar oficiales bolcheviques.

Había pensado en huir, sí. Aquella tarde, mientras el sol caía, y ya completamente vestida era inconsciente de su reflejo sobre los cristales del gran ventanal de la habitación, mientras su mirada se perdía en la forma en la que el día moría, apacible y sepia. Pero era demasiado tarde, pues Antipov llegó tan puntual como siempre: 20 minutos antes de lo acordado.

Suspiró con pesadez, pues al verle bajar del vehículo, supo que no habría escapatoria para ella, su acreedor había ido personalmente a recogerla.
LevKozlov · 31-35, M
Agitó el paquete para afianzar los labios a uno de los cigarrillos que se asomaban y tras extraerlo, lo encendió. La primera calada fue casi un suspiro de alivio, al punto en que cerraba los ojos por un instante mientras el humo emergía de sus fosas nasales abundante y espeso gracias al frío acentuado por la llovizna, misma que había menguado y cesado durante el trayecto. Sosegado y gallardo, revitalizado por la nicotina, subió entonces los escalones, apagando de forma discreta con una pisada el apenas encendido cigarro, antes de ingresar al voluptuoso vestíbulo del palacio.
LevKozlov · 31-35, M
De cierta manera, no le extrañaba; conocía a la perfección su trasfondo luego de pasarse una tarde entera repasando su expediente, mismo que le causaba algo de conflicto.

No profundizó más en sus pensamientos, pues la deslumbrante vista del palacio le hizo acercar un poco más el rostro al cristal. El GAZ 11-73 en el que viajaba bajó la velocidad para seguir una fluida línea de automóviles que circundaban la rotonda seccionada que se anteponía al edificio.

Apenas el vehículo frenó por completo, no esperó a que el valet abriera la puerta, haciéndolo él mismo por su cuenta de forma brusca e incluso sobresaltando brevemente al hombre que se disponía a recibirle cuando se irguió de forma imponente, pero poco caso hizo: Inmediatamente, casi con urgencia, hurgó dentro del saco de su traje para extraer una cajetilla de Belomorkanal.
LevKozlov · 31-35, M
Un par de gotas de la llovizna que caía sobre la capital se deslizaban por la ventanilla del automóvil donde viajaba a la presentación oficial. Recordó entonces el intenso aguacero que había caído la semana pasada, durante uno de dichos entrenamientos. Una curiosa mezcla de envidia y desprecio le hacía sentir que la garganta se le cerraba al ver la manera sosa y torpe en la que los reclutas intentaban seguir el paso de los sargentos, existiendo en aquel lugar por lo que él consideraba, a estas alturas, un mero capricho de Antipov.

Solo una de entre todo el "lote" había superado la mayoría de las pruebas, más por mera determinación que habilidad natural. Nina Kuznetsova. Lyonya suspiró al recordar como aquellas delicadas manos apenas podían sostener una Tokarev, mucho menos liberarla de un atasque tras haber vaciado impulsivamente más de la mitad del cargador sin acertar ni un solo disparo.
LevKozlov · 31-35, M
Lyonya —como era llamado de cariño— había crecido en un tumultuoso y bélico clima político, mismo que había propiciado en él una profunda intriga por el naciente movimiento comunista; curiosidad que se volvió fervor a la par de que el movimiento se convertía en régimen, bajo el ejemplo enardecido y las continuas enseñanzas de su hermano, Sascha.

Por ende, y de forma inevitable, se sentía frustrado. La rezumante propaganda del estado era eficiente en hacer sentir a cada ciudadano, a cada obrero, a cada oficial, como parte integral de la nueva Unión Soviética, ya fuese en mayor o menor medida. Pero aun así, le costaba trabajo reconciliar su pasión con la idea del trabajo administrativo, percibiéndose relegado a la monotonía del interminable papeleo y la soporífera supervisión. Añadiendo insulto a la herida, encontraba bochornoso el tener que examinar y validar a los nuevos agentes que entrarían al campo.

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