—El rojo siempre te ha quedado bien, y hoy no será el día que me retracte de ese pensamiento.—Giovanni había defendido tantas veces la catedral, que el olor metálico de la sangre ya no provocaba ningún tipo de malestar en su sistema, he incluso había aprendido a disfrutar de su aroma, hasta el punto de relamerse el labio inferior en una mueca retorcida.

Caminó alrededor de ella, y se sentó justo a la orilla de la bañera para lavar su espalda él mismo, sin más herramienta que su propia mano.