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Langzi · 26-30, M
Advirtió entonces como un auto color negro se parqueaba cerca de la acera. Ya le habían dicho que irían por él una vez avisara que había acabado con el trabajo. Los hombres que bajaron eran altos, dos metros cada uno y musculosos.
Yan los saludó con un gesto de cabeza.
Volvió su atención al chico.
—¿Sabes? Tengo el presentimiento que nos volveremos a encontrar, hasta pronto, chico.
Sin más bajó del edificio y se adentró al vehículo. Los matones volvieron al auto. En lo que el auto arrancó el azabache interceptó algo que ellos hablaban. Aún si lo decían en japonés (creían que así Yan no los entendería por ser chino) él pudo entender un poco la conversación.
—«Ese era Saidai» —dijo el copiloto—, «El jefe se quiere meter en un problema grande».
Yan los saludó con un gesto de cabeza.
Volvió su atención al chico.
—¿Sabes? Tengo el presentimiento que nos volveremos a encontrar, hasta pronto, chico.
Sin más bajó del edificio y se adentró al vehículo. Los matones volvieron al auto. En lo que el auto arrancó el azabache interceptó algo que ellos hablaban. Aún si lo decían en japonés (creían que así Yan no los entendería por ser chino) él pudo entender un poco la conversación.
—«Ese era Saidai» —dijo el copiloto—, «El jefe se quiere meter en un problema grande».
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