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En completo silencio el caballero regresó hasta la mesa en la que le esperaba su compañera, y situó delante de ella una jarra de cerveza. En la otra mano sostenía la suya, la cual dejó frente al puesto que le correspondía.

Tomó asiento y pudo sentir su cuerpo relajándose. Tras un largo día de entrenamiento, agradecía profundamente estar sentado, incluso si era en aquella vieja y malograda silla de madera.
— ¿Por qué el arco? — Preguntó de pronto con un deje de intriga. Después de haber visto a la chica manejarse hábilmente con las cimitarras, no comprendió [...]
 
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—Jamás creí que los caballeros de la mesa redonda fuesen controlables. Había entendido que... Arturo no deseaba que se viesen unos por arriba de otros. —Llevó la mano sobre su propia mejilla, sosteniéndose de la mesa, para observar mejor al caballero que tenía delante. —Ninguno de ustedes parece una bestia en realidad, sino... caballeros de ensueño. Como si fuesen el ideal perfecto... ¿sabes lo que se habla de ustedes por fuera de estos lugares?

Entrecerró la mirada. Hablaba como si ella misma no fuese parte ahora de ese grupo, pero es que le parecía bastante irreal en ese momento; fue entonces que se percató de que llevaba demasiado tiempo mirándolo fijamente, y, víctima de su propio nerviosismo, desvió la mirada y se inclinó hacia atrás, a riesgo de quizá caerse al suelo.
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