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En completo silencio el caballero regresó hasta la mesa en la que le esperaba su compañera, y situó delante de ella una jarra de cerveza. En la otra mano sostenía la suya, la cual dejó frente al puesto que le correspondía.

Tomó asiento y pudo sentir su cuerpo relajándose. Tras un largo día de entrenamiento, agradecía profundamente estar sentado, incluso si era en aquella vieja y malograda silla de madera.
— ¿Por qué el arco? — Preguntó de pronto con un deje de intriga. Después de haber visto a la chica manejarse hábilmente con las cimitarras, no comprendió [...]
 
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—Es su única utilidad por ahora. —Descendió la mirada, pero no se animó a tomar lo que le había ofrecido, no por el momento. —La verdad es que me siento, y me hacen sentir como una bestia a la que hay que controlar. —Desvió la mirada entonces a un lado.

Su vista se mantuvo unos momentos en el lugar, entre aquellos que se encontraban también bebiendo, charlando, diciendo tonterías producto del alcohol del que ya llevaban bastante camino. Bebió de nueva cuenta del tarro, esta vez una mayor cantidad, perdiendo quizá un poco de aquella fineza que le distinguía.

—¿Por qué te interesa, entonces? —Había encogido instintivamente los hombros, sobresaltada de pronto por el anterior trago. —¿Es lo que haces con todos los llegados?
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