Al llegar a aquel lugar, dejaba que los guardias del salón donde se encontraba se encargaran de abrir las puertas, aquel que era más bestia que hombre en apariencia, entró con lentitud por entre las mismas, mirando hacia donde estaba su hermana, una sonrisa surcó sus labios, dejando ver sus dientes afilados, al tiempo que enfundaba su enorme espada flamígera, que había conseguido en una de tantas aventuras mientras estuvo lejos de aquel plano.

—Ha pasado tiempo desde que he estado despierto por una temporada así de larga, Lia pero creo que he conseguido un propósito además del original de velar por la sangre que llevamos y sus descendientes. ¿Tienes tiempo de hablar, querida hermana? —

Su voz profunda y ronca de siempre sonaba más madura, menos emocional y apasionada, como si hubiese logrado fundir esas emociones y controlarlas mucho mejor, desde que era sólo una bestia con poder crudo y brutal. Sus ojos de color bermellón se posaron en su hermana, expectante.

Las noticias volaban en el imperio y la llegada de su mellizo fue anunciada a la emperatriz la cual estaba en su jardín privado, regando y cuidando de sus tan apreciadas plantas, a las cuales les dedicaba la mayor parte de su tiempo libre.

Volteó a ver a uno de sus caballeros y sin decir nada, solo asintió con la cabeza, dándole con ello la orden de que buscaran a su hermano y lo trajeran con ella. En seguida, el caballero se retiro, siguiendo la orden de la peliblanca.

— Así aue ha vuelto... Ya veremos que noticias hay. — Hizo una mueca de sonrisa y acercó el rostro a una hermosa y extraña flor dorada que parecía brillar.