Zhen reconocía una infinidad de virtudes en su relación con Lucio; lealtad, fuerza, disciplina, consistencia y un gran etcétera que los condensaba tanto individual como colectivamente. Pero si pudiera considerar una como la piedra de toque de su unión, era ese lenguaje no verbal entre ambos ; lo atribuía a que los dos, antes de ser amantes o padres, fueron guerreros. Y en el campo de batalla hasta la más fugaz mirada podría decir todo sobre el siguiente movimiento a hacer.
Así se hablaban ambos ; con sonrisas sutiles, con los ojos y lenguaje de servicio. Por lo cual a veces no era tan necesario gastar mucho las palabras. Como en este momento; los ojos color mar de su esposo le dijeron todo y Zhen, en risueña actitud, se mordió el labio inferior, haciendo resaltar el superior con afán.
— Recapitula nuestra convivencia desde que volviste... Creo que es muy posible. Tal vez llegará con el otoño. Espero sean dos. Para compensar el tiempo separados. —
No era muy conocedor de aquellos temas, mucho menos experto. Pero algo notaba en ella, un cambio peculiar, quizá más cuidado en sus acciones cotidianas, una lozanía en la piel que resaltaba sobre todo en las mañanas. Si apetito tal vez... Largo tiempo es el que pasa lejos de casa, pero en sus tiempos compartidos la ha estudiado casi devoto de su existir.
Y para mayor sospecha, esa cercanía.
Alza el rostro, achica un poco los ojos y es su mano la que se aventura a descubrir lo que en su mente ronda como una vaga idea, deslizándose por el vientre de la oriental.
— Sólo te observo. —mantiene la mirada fija en ella, esperando su reacción ante la evidencia de su caricia— ... ¿Es posible? —pregunta al fin, seguro de darse a entender.
Dos veces se aseguró, con una mirada, de que los demás romanos de la vecindad estuvieran inmersos en sus propios asuntos. No temía exhibir su amor y pasión por el estoico legionario, pero le gustaba jugar a hacer mucho y discretamente. Por eso se le notó la picardía en sus ojos rasgados y oscuros, cuando al acercarse a él pegó ligeramente su vientre bajo al hombro masculino. También le acarició la quijada, apenas con los nudillos.
— ¿Qué pasa, hm?... ¿Algo te molesta, Señor Mío?... —
-El gesto es duro, no por enfado, más bien pensativo, observador de aquella que trae la luz a sus días. Sacudió par de veces el rostro, atenuó el semblante y le indicó acercarse con un gesto de su mano en silencio.-
