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Escrito I
 
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LS1573094 · 26-30, M
— Estoy bien. Necesito más pistas. Dame la mano otra vez. — Él parece no estar muy de acuerdo y puedo entenderlo, mi cara de susto no ayuda demasiado. Volvió a sujetarme la mano y reviví el momento.

Niebla. Rapidez. Frenos inservibles. Hito kilométrico. Curva y muerte. No capté nada nuevo.

— Dame la mano. Dame la mano otra vez.— Sé que es una clase de tortura el evocar en piel propia el accidente pero hay detalles que se me escapan y necesito para poder ayudarlo.

Aquí voy de nuevo.
Niebla. Rapidez... Esperen, ¿qué es eso en el asiento del copiloto? ¿Una fotografía? Tengo que alcanzarla... ¡Ah! ¡Mierda! La curva me alcanzó primero.

Otra vez. Le sujeto la mano, él ya está más asustado que yo.

Niebla. Niebla. ¡La foto! Logré agarrarla. Al frente hay una pareja; al reverso un mensaje desgastado: [i]”Para mi querida Vicky. Trajiste calma y amor a mi vida. Siempre tuyo, Daniel Addams.”

Tengo nombres... y una curva en la carretera que no puedo esquivar.

VIII.-?
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quizás el destino se apiade de mí y mande una maniobra que pueda ejecutar en un par de minutos para salvarme la vida, o que al menos aminore el impacto del choque. Pero, por estar tirando la palanca e instarle al freno, no me doy cuenta de la curva frente a mí...

Entonces, despierto. Salí del trance envuelto en sábanas de ansiedades. Necesito calmarme o no podré pensar claramente.

El hombre frente a mí me mira angustiado. Debe estar pensando que murió horriblemente y, aunque así fue, no tengo corazón para narrarle el hecho. Lo resumo en: accidente automovilístico.

VII.-?
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Uno, dos, tres.

Manos al volante, de noche; neblina frente a mis ojos, tan densa que apenas podía ver la carretera, con todo y luces frontales encendidas. El velocímetro apunta 40 km/h, sigue dentro del rango pero, en realidad, siento que el auto anda más a prisa. Y noto que mis sospechas son ciertas cuando paso el hito kilométrico sin identificar el número o el nombre de la carretera. Bien, eso me ha puesto nervioso, es hora de reducir la velocidad.

Intento cambiar velocidades pero el auto parece no responder. Abandono el volante por unos segundos y golpeo el cristal del velocímetro; la flecha cayó al 0. ¡Carajo! ¡Está descompuesto! La adrenalina circulando en mi interior me impide pensar con claridad, pero hay algo más. Siento que debo regresar a casa lo antes posible y por eso voy tan rápido.

No. No quiero morir. No quiero ver esa muerte, ¡no quiero sentir qué es perder la vida en un choque!

Mis pies insisten en pisar el freno; nada cambia. Aferro las manos al volante,
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— ¿Un qué? — Alcé la mirada hacia él pero ya no estaba. Había desaparecido. Sin fantasma no hay caso que resolver, ¿verdad? Puedo seguir con mis estudios.

— Un Nissan Tsuru color rojo. —
Madre mía; su voz ronca casi me arranca el corazón del pecho. ¿Cuál es la finalidad de ir apareciendo y desapareciendo? Quise reprocharle, pero mi paciencia estaba por agotarse. Me quedaba un último truco bajo la manga y aunque no es de mi agrado recaer en ello para dar con la resolución del acertijo, en mi cabeza retumbaba un fuerte “ya qué.”

— Toma mi mano. — Una de las piezas que dan forma a mi “don especial” es canalizar las memorias de los espíritus. Es como meterme al cine a mirar una película vieja y malísima, solo que aquí sentiría el momento de su muerte en carne propia.

Le ofrecí la mano derecha con la palma apuntando al techo. Él me miró dudoso, mas accedió al cabo de unos segundos.

V.-?
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Tipeé palabras clave, esperando que el buscador arrojara casos de fallecidos un par de meses atrás. ¿Tal vez diciembre? Las fiestas navideñas atiborran ciudades y carreteras de accidentados. Conforme abrí enlaces, encontré rostros distintos al del hombre reflejado —irónicamente— en la pantalla del ordenador. Hombres y mujeres jóvenes, rondando los 20-30 años; ¿qué habría sucedido con este sujeto en particular?
Sentí la resequedad adueñarse de mis ojos por lo que opté por descansar.

— A ver — Aclaré la garganta antes de dirigirme al hombre. Alguna vez escuché que la abuela Melinda se inclinaba por una pequeña entrevista que revelara fragmentos del deceso — Debe haber algo que recuerdes. Yo que sé; ¿luces? ¿Sonidos? ¿Gritos? ¿Un edificio? ¿El kilómetro de la carretera? Venga, hombre. Ayúdame un...—

— Era de noche. — Respondió él, meciéndose las contadas hebras de la frente, donde iniciaban las entradas — Tenía prisa en volver. Iba en coche. Un... Un... —

IV.-?
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opciones se reducían a nada) y, finalmente, recurrí a insultarlo. Esperé que eso bastara para quitármelo de encima y poder consumir los cuestionarios guía para el examen; qué sorpresa fue recibir una sonrisa floja y un par de palmadas en la espalda.

— Muchacho— susurró el hombre — Solo tú puedes verme. Llevo meses esperando alguien con el don que tienes, un guía que me ayude a descansar. Comprendo que no soy de mucha ayuda al no darte pistas sobre mi muerte pero, veo algo en ti que en muchos seres vivos jamás vi. Sabes de lo que hablo — Bosquejó una sonrisa bajo ese abundante ramo de canas y arrugas. Tristemente sabía de qué hablaba.

Dejé los libros y cuadernos a un lado. A pesar de verse como un anciano, sus ropas no distaban mucho de esta época. Pensé que se trataba de una muerte reciente, así que acudí a la fuente confiable: internet.

III.-?
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Cualquier chico de mi edad encontraría fascinante ver lo que yo veo, hacer lo que estoy obligado a hacer pero, para mí, no es más que agotamiento mental y prohibición a gozar una vida normal.

El último espíritu que ayudé a cruzar hacia la luz fue un verdadero reto. Un hombre que no tenía idea de cómo murió pero llevaba los brazos llenos de golpes y la ropa rasgada. Como otros entes, tenía un mensaje para su mujer. Mujer a la que, desgraciadamente, tampoco lograba evocar mentalmente. Al principio me negué a ayudarlo. Era semana de exámenes finales y si no estudiaba ni dormía bien, tendría que rendir al verano y mi añoranza a una beca internacional se esfumaría como el humo de un cigarro apagándose. Intenté evadirlo de mil maneras: siendo indiferente a los susurros escalofriantes a media noche, esquivando sus apariciones cuando regresaba a casa por el sendero corto, colocando sal en la entrada de mi habitación ([i]Hasta yo admito que no fue el plan más ingenioso del universo pero mis
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15 de marzo del año en curso.
Grandview, New York.
Atardecer.


He pasado parte de la semana preguntándome si la decisión que tomé es la mejor o es un intento añadido a la lista por escapar de mi realidad. Lo que es certero, es que ya no soporto un segundo más cumpliendo este oficio familiar. ¿Por qué no pude nacer bajo un techo normal? Con padres que me heredaran un puesto en la empresa al salir de la carrera y todo tipo de puerta se abriera en mi futuro. Mis compañeros de clase ignoran lo afortunados que son y lo mucho que anhelo tener un gramo de sus problemas adolescentes. Permisos negados, vicios, corazones rotos. A pesar de ser semejante a mis temporales, llevar la misma carga de materias y horarios, nuestros senderos se parten gracias al particular obsequio de generaciones atrás. Sí, hablo de mi “especialidad”: ver fantasmas.

I.-?

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