Quizá debas ser escritor, o guionista, aunque nunca te veo escribir siempre tienes la cabeza en otro lado. —La verdad no le convencía mucho la explicación, pero que mencionara que un doctor lo explicó así, la hizo pensar que era mejor no darle vuelta al asunto—

¿Por eso es que luego te pierdes mucho tiempo? ¿Haces esto... cómo era, exploración urbana? No creí que fueras tan valiente, me sorprendes. —Ahora el codazo fue suave y en complicidad, levantándose para abandonar el vagón. La ciudad era más grande que Verona y eso la intimidaba un poco, había demasiada gente por todos lados—

El doctor dice que estoy bien, solo soy distraído.

- Sonrió tan natural como pudo, porque a su lado, aquel hombre decidió tomar asiento e intentar llamar su atención con tal de adquirir su ayuda. Tantos años “ejerciendo” el oficio que heredó por parte de su abuela Melinda, le dio el entrenamiento perfecto para pasar de largo ante esos entes en público. -

O imaginativo. Dijo que estoy en las nubes la mayoría del tiempo... ¿Eh? No, no es nada. Me gusta explorar la ciudad. Creo que estamos por llegar. ¿Nos vamos?

—Gracias al cielo reaccionó, estaba poniéndose de los nervios por ver su mirada perdida en un punto invisible, que creyó era el techo por estar alzando la vista. Soltó algo parecido a un gruñido, no le gustaba cuando se ponía así— ¿Nunca has ido al médico para saber si no son ausencias peligrosas? Un día de estos te vas a quedar en el metro repitiendo en bucle la ruta.

—Abrazó la bolsa con pan que llevaba, como agradecimiento a que le mostrara la ciudad, le iba a cocinar, o iba a intentar hacerlo, porque su sazón era terrible— Gracias por ayudarme con esto, me estaba volviendo loca.

- Ajeno a las palabras de Nadia, Leo había encontrado un nuevo espíritu en la estación que, para su infortunio, alcanzó a darse cuenta de su don especial. Era un hombre, de entre 35-40 años, robusto, con ropa desgastada y ojos grandes y grises que le hicieron pensar por un momento que le estaba leyendo el alma; llevaba polvo y escombros adheridos a su ropa, el cabello desordenado y la piel ceñida de cenizas... No le fue complicado descifrar la causa de su muerte. Pero como Nadia todavía ignoraba su sexto sentido, tuvo que aplicar la ley del hielo al fantasma -

¡Auch! ¡Lo siento! Estaba recordando el camino a casa.

¿Podrías dejar de ver el techo así? Se nos va a pasar la estación y no conozco la ciudad. —No le hace caso desde hace 10 minutos y está creyendo que tiene una laguna mental— ¡Leo, Leo! —Codazos— Me estás asustando.