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El remanso de un buen día de trabajo. 🌚
 
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LBJs1581135 · 26-30, F
No pudo evitar bromear al respecto, pero la situación le parecía absolutamente cómica, ¡y por supuesto que lo era! Después de todo, el Dr. Bonnat debía lidiar con decenas de enfermeras semanalmente, y seguro no se sabía el nombre de todas. No notaba en lo absoluto las torpezas en el Doctor, le parecía que era articulado y caballeroso, y que el querer tomar responsabilidad por su propia torpeza sólo era parte de lo mismo; estaba absolutamente conmovida y agradecida. Y en su contemplación, había olvidado, torpemente, decir su nombre. Se tuvo que volver a morder el labio inferior, y su rostro se constriñó por la vergüenza consecuente a la realización de ese hecho, encogiéndose de hombros.

—Por poco y quedo siendo la enfermera del suéter manchado...

Musitó entre una risilla, y enseguida pasó el café a la siniestra, y estiró la diestra hacia arriba, pues seguía sentada al borde de aquella banca.

—Layla, mi nombre es Layla.

Espetó, con la sonrisa más amplia y sincera que poseía
LBJs1581135 · 26-30, F
Dijo en un tono casi infausto, y sus ojos estaban bien abiertos, al igual que su sonrisa, y entre esa incredulidad, una risilla se escuchaba, mientras que sus expresivas manos acompañaban cada dramático movimiento, que más que dramáticos eran cómicos y exagerados. Ahora su mirada reposaba sobre él, con esa sonrisa casi bobalicona, al menos hasta él acotó que no sabía su nombre, y entonces mordió su labio inferior, como era su costumbre, pero sólo por unos segundos, pues no pudo evitar reírse.

—Lo siento, lo siento, no me estoy burlando. Es sólo que me da risa pensar en que fue capaz de reconocer mi trabajo sin saber mi nombre. ¿Puedo preguntar cómo se refería a mí? ¿La enfermera nueva? ¿La enfermera del Ala B? Ahora podría referirse a mí como la enfermera del café.
LBJs1581135 · 26-30, F
Escuchaba sus palabras con atención, y seguía los patrones del pañuelo mientras él hablaba, a ratos con la mirada, a ratos con las llamas de sus dedos, pero con este bien pegado a su rostro, casi de manera infantil. Su cabello, despeinado por el viento otoñar, ahora caía a un costado con una ligereza que era desacorde con el volumen de esa cabellera que se abría para descubrir su rostro a la perfección. Sonrió embobada con la historia que le acaba de compartir, le parecía lo más idílico, pero a la vez una sensación que bien conocía, pues estaba en una edad en la que los graduandos soñaban con ese tipo de cosas, con esos augurios de su nueva vida, que se supone sería lo que harían el resto de sus vidas.

—No me parece arrogante. En mi caso, me encantaría mandar a hacerme una capa, ¿sabías que durante la Segunda Guerra Mundial, las enfermeras usaban capas como parte de su uniforme? ¡Capas! ¿Puedes creer que las quitaron? ¡Es una tragedia!
JamesLautrec · 36-40, M
— Es decir, necesito saber qué decirle al barista. Siento que fue mi culpa que se te tirara el café, y sería extraño que anduvieras por ahí con uno que dice “James” con una zeta al final si simplemente te lo trajera de la nada. Así que puedo traértelo con tu nombre, o… Quizá compartir uno contigo algún día.

El planteamiento y la risilla que le siguió a esas palabras parecía querer disimular la implícita propuesta, así como aliviar un poco la torpeza de la misma, pero sus palabras se volvían más sinceras y suaves ante aquella última idea. Pero ya no le importaba como pudiera lucir, ni lo que ella pudiera pensar. Lo único que sabía es que quería volver a verla, como había sido capaz de hacerlo en ese día.
JamesLautrec · 36-40, M
O quizá simplemente había escogido no darse cuenta. Quizá su mente había escogido por él, como solía suceder desde hacía tres años, desde que se fue Lucía. Había momentos en los que parecía que todo simplemente ocurría, y él solamente existía en el asiento trasero de sus experiencias. Y esas cosas parecían tener la mala costumbre de solo hacerle sentido una vez había pasado demasiado tiempo para hacer algo al respecto. Podía sentirlo incluso ahora, como la confusión serpenteaba por sus huesos, trepando por su columna, en pos de asirse y enredarse en su mente.

Pero por primera vez, en verdad deseaba no ser más una víctima de sus propios recuerdos.
JamesLautrec · 36-40, M
Mencionaba aquello a la par de que alzaba ligeramente el rostro y, por ende, le buscaba la mirada. Sin la intromisión de la pena ni las prisas, era entonces que parecía darse de cuenta de otras cosas más allá del no saber cómo se llamaba aquella mujer. La había visto varias veces ya, habían cruzado un par de palabras, habían compartido habitación. Había visto como era con quienes la necesitaba, pero se percataba de que jamás la había mirado a los ojos.

El recuerdo de aquella voz parecía un eco vago y distante entre las pocas memorias que tenía de ella en estos meses, contrastando sustancialmente la delicada fuerza con la que ahora sus palabras hacían dulce presencia. Era como si nunca la hubiera escuchado. Ni como si alguna vez se hubiera detenido a mirar la composición de sus facciones en el canvas de la piel de su rostro, ni cómo estás fluían con armonía en cada expresión que tenía, fuera de pena o alegría, encuadrada esa cara en una melena castaña, abundante y gentilmente caótic
JamesLautrec · 36-40, M
Sonreía con una cierta ironía, como si admitiera con un poquito de pena la pretensión implícita detrás del porqué del haber del pañuelo y, específicamente, las iniciales, pero mientras hablaba, parecía fluir con mayor naturalidad que al principio. No sabía si era la confianza que las circunstancias habían brindado entre ellos, o la dulzura de la nostalgia de recordar sus días como estudiante, o ambas; inclusive entrecerraba los párpados un poquito, sosegado en la vista del pañuelo sobre las manos femeninas. Duró poco su añoranza, pues esa misma plática le hacía caer en cuenta de algo.

— A todo esto… Creo que aun no sé tu nombre.
JamesLautrec · 36-40, M
Dejó ir el pañuelo mientras aquellos dedos delicados tomaban el mismo con una lentitud que delataba la duda en ellos, bajando de a poco su mano mientras se daba cuenta de como la enfermera parecía ahora dedicarse a examinar el pañuelo; el detalle que mencionaba era, en efecto, minimalista, y las letras eran tan pequeñas que podrían fácilmente pasarse por alto, pero el trabajo de costura era lo suficientemente bueno para que cada una de sus iniciales luciera concisa y totalmente legible.

— Es solo un pequeño detalle. Cuando aun estudiaba, siempre me encontraba admirando el porte de todos los referentes a los que acudíamos, desde Kraepelin hasta Cioran, siempre en trajes sencillos y exquisitos. Así que los primeros ahorros de mis honorarios los gaste en un traje a la medida, y el sastre me regaló el pañuelo. Yo le pedí las iniciales, pero ahora no sé si no hacen más que lucir trilladas y arrogantes.
LBJs1581135 · 26-30, F
—Muchas gracias, pero de ninguna manera lo tiraría, ¡incluso lleva sus iniciales! Debe ser especial...

Dijo, y ahora parecía haberse olvidado del recato, pues se llevó el pañuelo cerca de su rostro, y sus ojos ávidos recorrían el fino grabado de hilo plateado con las iniciales J.B.L en cursivas minimalistas sobre la tela oscura de un gris casi negro.
LBJs1581135 · 26-30, F
Eso meditaba mientras le veía caminar hacia su auto, y sus pensamientos cesaron cuando le vio detenerse, reprocharse algo, y girarse para avanzar en su dirección con un pañuelo en la mano. Sus ojos, curiosos, fueron hacia el pañuelo, ¡uno de tela! Y eso le arrancó otra sonrisa honesta, aunque la timidez devino del hecho que regresaba para ofrecerle algo que la ayudara a cubrir los rastros de su torpeza, y se encogió de hombros, mordiéndose el labio inferior, y frunciendo el ceño, reflejando un retraimiento natural y cómico.

—Ah, no es necesario, qué pena...

Musitó, casi negándose, pero al verle frente a ella, ofreciéndole ese pañuelo, sintió que estaba mal rechazarle tal amabilidad. La caballerosidad ajena la conmovía, pues parecía de otra época, y volvió a morderse el labio inferior, claramente uno más de sus tics, y subió la mirada, junto con una de sus manos, para tomar con timidez el pañuelo.

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