Sintió un ardor en el pecho, con Helel abriéndose un poco a sus sentimientos podía sentir que no cargaba sola con ese pesar. Peinó su cabello suavemente y cerró sus ojos. — Nosotras decidimos, confiamos y hasta cierto punto pudimos sentir lo que lo impulso a tomar esa acción. Gracias a ti estoy con vida y aunque me resulta muy frustrante seguir atada a esta silla...no quiero que me miren de esa manera. Quizás estoy siendo demasiado injusta...pero al menos quiero que tengas muy claro que jamás te he culpado, al contrario... no imagino que habría pasado si se hubiera quedado con esas varas.

—No he dicho que quiero dejar de verte.— Ella tenía razón, cada día la miraba menos, no soportaba la idea de quebrarse ahí frente a ella, llevaba años intentando mantenerse en una sola pieza. —Es solo...— Las palabras se hacían nudo en su garganta, negándose a salir. Mirarla hizo que le doliera el pecho. —Yo...— Se acercó a ella, y se arrodilló frente a la silla de ruedas, inclinó la mitad de su cuerpo, hasta que su frente tocó las piernas de la Sankta. —Es mi culpa, Lemuen... si hubiese dejado que Andoain se llevara esas malditas varas no estarías así. Yo no estaría así. A la mierda con Laterano. Ni siquiera se merecían nuestro sacrificio.

— Puedes simplemente acercarte, abrazarme o que se yo. Pero siempre me evitas la mirada, siempre que vienes a verme prefieres ocuparte con las flores, con la ventana...— apretó un poco sus puños antes de mover un poco su silla hacia ella. — Me siento como un fantasma, apesar de recibir las visitas me siento aislada porque prefieres mirar a otro lado. Si no deseas venir más entenderé, se que es difícil tanto para ti como para Fi...—

—Ya. Entonces dejaré de intentarlo.— Se cruzó de brazos, y buscó recargarse en el escritorio de Lemuen, ¿para qué lo hacía de todos modos? si nada parecía complacerla, ni siquiera cuando trataba de ser amable, no tenía idea de qué hacer para compensar y mitigar la culpa que sentía al verla en esa maldita silla de ruedas.

¿Por qué ahora debía tratarse de Helel?. Suspiró y desvió la mirada, sintió enojo por sus palabras. — Precisamente por eso, nunca lo eres y es difícil acostumbrarme a que lo seas. ¿Tan difícil es comprender eso? — se notó en su tono que aquello había dolido, estaba en un momento bajo y esa clase de cosas sentía que no la ayudaban.

Se encogió de hombros y se acercó a ella, posó sobre su cabeza la palma de su mano, y dio una caricia en su hermoso cabello rojizo. —Siempre me reclamas por no ser tan romántica o atenta como Fiammetta. ¿Ves? Ni siquiera crees en mis cumplidos.

— ¿Tú aceptando que soy mejor? — levantó una ceja y dejó escapar una risa suave. — Tampoco tienes que sacrificar tu propio ego para hacerme sentir mejor...—

La miró de reojo, esa expresión melancólica hacía que se le rompiera el alma. —Sigues siendo mejor que cualquiera en todo. Incluso mejor que yo.— A su extraña manera intentó animarla, al tiempo que buscaba un poco de agua para las flores.

Era imposible hablar con Helel o Fia respecto a eso y probablemente era esa razón y muchas otras más por lo que algunas veces decidía simplemente callar. Respiró, miró el cañón de su arma con la flor adentro. — Si...quizás mejor deba hablar con ellos. — desistió de ese tema, no le hacía sentir mejor que la vieran de esa manera.

—Si es que te da curiosidad ver como lucirían un par de cuernos en tu cabeza...— Toma una de las flores que le había llevado, y coloca el tallo dentro de la boca de su arma, el resto las acomoda dentro de un florero vacío. Aunque ella la buscaba, Helel no la miró, era un tema doloroso. —Aunque estoy segura que la solución es que duermas entre mis brazos, debes hablar con tus médicos sobre tus problemas de sueño.— No respondió a su pregunta, sin embargo. La poca certeza que tenía acerca del estado de salud de su amada le causaba una sensación amarga.