— Hiciste tu investigación por lo que veo. — Con una sonrisa torcida respondió a las palabras. La mujer se equivocaba tanto como acertaba y esa pequeña paradoja le complacía.— Claro que lo sé. Pero vez tras vez aquellos a quien he subestimado, aunque en su momento me rebasaron, terminan demostrando que estaba en lo correcto. No son inferiores por su aspecto, son inferiores porque no son yo.— Con un encogimiento de hombros cerró sus decides. Comúnmente no permitiría el toque de nadie, pero la fortaleza innata de la dama le hacía merecedora de tal honor. —Pero tú no eres ninguna débil flor. Por tal motivo no eres bajo ninguna circunstancia una presa a mis ojos. Descansa con ese conocimiento. Mi llegada tiene otros fundamentos.
— Sabes mejor que nadie que subestimar la fortaleza de terceros jamás ha sido inteligente, y aun así lo haces. Clasificas a las personas por su aspecto, pero incluso la flor más delicada del prado, puede llegar a ser la más poderosa de todas. — Emprendió su caminata, uno a uno, sus pies le permitieron acortar la distancia que mantenía con el general hasta que pudo posicionarse frente a su gallarda figura. Sujetó entre sus dedos diestros un par de mechones de aquel largo y dorado cabello, contemplándolo con innegable admiración. La verdad es que no podía negarlo, odiaba el hecho de que él, aquel demonio tan desalmado se glorificara con ornamento tan precioso. — ¿Qué haces aquí, no deberías estar por ahí sacándole las tripas a alguien? —
— "Y ti piricis in bibi birrinchidi". — Imitó infantilmente el rubio, siendo su inmediata respuesta al ver su ego dañado por la realidad de las palabras de la mujer. De ser otra persona, no hubiese respondido así pero confiaba en ella hasta el punto de ser ligeramente juguetón con ella. Su falso gesto de hartazgo que era insistentemente quebrado por una sonrisa juguetona era indicio de aquello.— Te he llamado fuerte. Pocos lo son a mis ojos. Cualquiera quien tenga fortaleza es potencialmente peligroso.
— Y tú pareces un bebé berrinchudo.— Cruzó los brazos a la altura de su pecho, aquel primer comentario únicamente le hizo mover la cabeza de izquierda a derecha, completamente resignada ante el ego que se materializaba en forma de hombre frente a ella. Sin dejar de sonreír burlona, quella medialuna se ensanchó sobre su rostro, carraspeando. —Y solo para aclarar. . .Eso no es un cumplido.
— Jamás esperaría tanto daño a mí. No podrías tocarme un pelo. —Menospreciaba la fuerza de la chica no por el hecho de ser mujer en género, sino porque para el todos eran inferiores. Al menos así pensaba con ignorante valentía, bien podría la contraria ser toda una amenaza andante. La falta de reacción a su patético intento de provocación, logró emberrinchar al Gran General, quien se cruzó de brazos y rodó los ojos.— Pareces de esas mujeres peligrosas. Lo digo como halago.
— ¿Qué esperabas, tus dientes en el suelo y tus costillas rotas? — Rió con sorna ante su afirmación y la evidente decepción en el rostro del más alto, elevando los hombros con total despreocupación. — Un simple toque en la mejilla no lo amerita, y mucho menos si previamente se concedió el permiso, ¿tan bárbara y salvaje crees que soy? —
—Recibió el suave golpe a su mano, un fugaz brillo cruzando sus ojos al pensar que reaccionaría violentamente. Su reacción fue un suspiro decepcionado al notar su impasibilidad.— Creí que estallarías en ira.
Cuidadosamente, golpeó la diestra del varón con la propia, alejándola de su rostro. Suspiró con resignación, cruzando sus antebrazos casi a la par. — ¿Ves?, nada sucedió.
