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𝐀𝐝𝐫𝐞𝐧𝐚𝐥𝐢𝐧𝐞.
 
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Klaus suspiró.

La soledad jamás le había sentado mal; no obstante, de un tiempo para acá había visto no solo invadido su espacio, sino que lo aceptó de buen grado y, cosa aún más extraña, no se sentía molesto por ello: prueba de que aquella curiosa, bella rubia había logrado captar algo más que su simple atención. Y ahí estaba, un sábado por la noche, enfrascado en textos tan antiguos como profanos, con la vana esperanza de encontrar solución a su predicamento; pero en el fondo sabía que intentaba engañarse a sí mismo, no solo porque había repasado aquellos vetustos pergaminos una y otra vez, sino porque, aunque no quisiera admitirlo, estaba esperándola.

A ella.

Czarina. El nombre vino a su mente de inmediato, asociado a recuerdos que hicieron arder su piel y cosquillear su entrepierna. Ella, su belleza, su descaro; su manera de ser tan directa y atrevida, de colarse en sus pensamientos y provocarlo como nadie había logrado hacerlo en muchísimo tiempo.
 
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