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𝐀𝐝𝐫𝐞𝐧𝐚𝐥𝐢𝐧𝐞.
 
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—Eres incorregible. —Dijo, sin necesidad de alzar demasiado la voz dada la cercanía; por lo que pudo hacer de ésta un susurro cálido, preámbulo al tono grave que solía utilizar cuando se encontraba a puertas cerradas con Czarina —y a veces, incluso fuera de éstas— y demandaba las atenciones de la rubia. —¿Qué debería hacer contigo, hm?
Hasta ese momento había mantenido las manos en los bolsillos, atravesando el umbral de su estudio para alcanzar el pasillo principal; lugar donde salió al encuentro de Czarina, sonriente y malicioso como cada que la tenía cerca. Sus iris de turquesa recorrieron la silueta de la rubia con descaro, advirtiendo al punto las manchas de sangre que poblaban aquella piel engañosamente delicada; cosa que lo hizo soltar un silbido, seguido de una risita entre dientes, antes de comentar: —Mírate nada más. Alguien se ha estado divirtiendo sin invitarme. No, no, mi pequeña; esos son malos modales.

Para ese momento ya le había dado alcance, y sus manos abandonaron el pantalón, prestas a servir a un propósito mejor que resaltar su aura de desidia: una se dirigió al rostro ajeno, acariciándolo con el pretexto de limpiar una de las manchas, y la otra no tardó en hacerse con el talle femenino, acercando a la joven hacia sí con un movimiento desbordante de impaciencia.
A pesar de la inquietud en su vientre, Klaus dejó el libro sobre el escritorio con toda calma: textos tan antiguos como ese merecían cierto respeto, y esa era quizá la mayor razón por la que aún no poseía a Czarina en el estudio; pero dado su estado, no se sentía muy convencido de que tal situación se prolongaría una noche más.

—Vaya, vaya. ¿Qué tenemos aquí?

Había salido al encuentro de Czarina con una calma que en realidad no sentía. A ojos de la chica, se le vería como de ordinario: indolente, mordaz... Y genuinamente complacido de tener a tal belleza delante. Pero tampoco se molestó demasiado en disimular lo que bullía en su interior, consciente de que Czarina podía leer su alma de cierta forma, y de que seguramente le agradaría lo que él tenía por ofrecer: un aura con tonos de acentuados rosa y carmín, los que, junto con el evidente resplandor azul de sus ojos, dejaban muy en claro lo que su actitud casi automática no decía: [i]la deseaba. La [b]necesitaba.[/b][/i]
—Por fin.

Jamás había pensado que se sentiría así tan solo con escuchar la llegada de alguien. ¿Alivio? En absoluto: era consciente de lo que Czarina podía hacer, y de la clase de misiones que ella cumplía; por lo que no sentía la menor pizca de preocupación por el bienestar de ella... Sin mencionar, por supuesto, un [i]pequeño[/i] detalle: si bien aún no habían entrado en un pacto faustiano, ya eran lo suficientemente «cercanos» como para que parte de su esencia residiera en el interior de la rubia; de modo que podría detectar al punto si ella corría auténtico peligro y, en caso de ser necesario, hacer acto de presencia: [i]nadie podría lastimar a [b]su juguete[/b][/i].

No, no fue alivio en absoluto; fue expectativa, deseo, codicia. Todo cuanto podía esperarse de un demonio como él.
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hasta desaparecer. Czarina no sabía mucho de almas, pero sospechaba que ver el aura apagarse era el equivalente a la desaparición del alma dentro del cuerpo.

Interesante hipótesis. Se recordó mentalmente qué tendría que investigarlo a fondo.

Cuando volvió al hogar de Klaus se sentía en estado de extasis. Había absorbido cada emoción de aquel "fatídico" momento y sus pupilas se encontraban agrandadas cual si hubiese consumido alguna droga, y así fue, sólo que no una ilegal. Esta tenía por nombre "adrenalina".

—¡Yohoooo, estoy en casa!

Gritó. Su pelo tenía rastros de sangre y bajo su falda y blusa la piel de porcelana estaba entintada en manchas rojas. Ni siquiera se tomó el tiempo de lavarse, tenía necesidades mayores... Sólo en un estado de alerta tal era capaz de sentir el tacto y el calor ajeno. No iba a desaprovecharlo.
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Lo cierto es que pudo haber terminado su encargo desde hacía mucho tiempo atrás. Sin embargo, ¿qué de divertido tenía eso? La vida le daba sinsabores de manera continúa; investigar, conocer, sentenciar y matar en el momento preciso era un ritual qué le prometía el entretenimiento que tanto anhelaba merced a su falta de sentir.

Aquella noche la terminación del contrato estaba hecha. La escena del crimen fue en un hotel, en la habitación privada del hombre. Czarina se aseguró de jugar bien con él, de hacerle creer que estaba seguro con ella, que lo amaba; amarrarlo no fue difícil pues los fetiches del hombre eran un tanto masoquistas. Lo difícil vino después, cuando tuvo que cortarle la lengua por sus constantes intentos de alertar al personal.

En resumen: dejó una escena grotesca que la manchó de sangre casi de pies a cabeza. El aura del hombre danzó en tantos colores y sentires... En miedo, en horror, en enojo, en resignación y finalmente se fue apagando poco a poco
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Nombre clave: Five.
Misión: Asesinar al hijo del jefe de la mafia.
Contrato extendido por: xxxxxxxx
Condiciones: Que sufra.

Fueron semanas que se convirtieron en meses y meses que casi se tornan en un año. La misión de Czarina como infiltrada en el círculo cercano del hijo de un mafioso empezó en el casino que este y sus amigos frecuentaban. La rubia se había vuelto a disfrazar de coneja y había ofrecido sus servicios como camarera hasta que obtuvo la atención del joven y de sus acompañantes; fingió ser una chica de pueblo que trabajaba para sobrevivir, justo lo que le encanta a los machitos poderosos con problemas de ira: una bella y dulce princesa que pueden salvar, para después desaparecerla sin que nadie la extrañe.
Apretó la mandíbula, consciente de que su concentración se había escapado por la ventana; pero porfió, fingiendo que leía mientras que sus ideas se arremolinaban, una de ellas destacando al centro: la imagen de Czarina en aquel incitante traje de conejita que solía llevar, el trasero al aire y esa mirada pícara retándolo a acercarse. Jamás se cansaría de esa mirada, de ese cuerpo; y quizá por eso fue que se sorprendió a sí mismo con el oído atento, seguro de que en cualquier momento oiría la dulce, llamativa voz de la culpable de sus ansias mientras irrumpía en la habitación.

¿O sería esa una noche donde tendría que dar consuelo solitario a sus pasiones? Consultó el reloj: las dos de la mañana. Mal augurio. Así que volvió a la lectura, sus expectativas bajas... Justo lo contrario del calor en su vientre, que no hacía sino aumentar con cada nuevo recuerdo de la rubia azotando su psique.
Klaus suspiró.

La soledad jamás le había sentado mal; no obstante, de un tiempo para acá había visto no solo invadido su espacio, sino que lo aceptó de buen grado y, cosa aún más extraña, no se sentía molesto por ello: prueba de que aquella curiosa, bella rubia había logrado captar algo más que su simple atención. Y ahí estaba, un sábado por la noche, enfrascado en textos tan antiguos como profanos, con la vana esperanza de encontrar solución a su predicamento; pero en el fondo sabía que intentaba engañarse a sí mismo, no solo porque había repasado aquellos vetustos pergaminos una y otra vez, sino porque, aunque no quisiera admitirlo, estaba esperándola.

A [i]ella[/i].

[i]Czarina[/i]. El nombre vino a su mente de inmediato, asociado a recuerdos que hicieron arder su piel y cosquillear su entrepierna. Ella, su belleza, su descaro; su manera de ser tan directa y atrevida, de colarse en sus pensamientos y provocarlo como nadie había logrado hacerlo en muchísimo tiempo.

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