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Fingir ingenuidad era algo que se le daba muy bien; casi tanto como leer las intenciones de otros. Dos habilidades que en ese momento salieron a relucir, aunque no manifestase los resultados de éstas: sabía de sobra que Czarina jugaba a provocarlo, él a no darse cuenta, y que siempre terminaban obteniendo del otro lo que más anhelaban. De ahí que tan solo riese entre dientes, aprovechando la cercanía para también continuar el escarcep al mover el brazo para rozarlo contra el pecho generoso de la joven. Todo con discreción, por supuesto; no había otra manera de participar en la contienda.

No obstante, su sorpresa fue genuina, más al escucharla hablar: la vehemencia de la chica siempre lograba sacarle una sonrisa y, en ocasiones, hacerle perder la calma... Incluso de las más deliciosas formas. No es como si se quejara por ello, claro está. La sinceridad era cosa aparte: jamás había conocido a una mujer tan directa y, debía admitirlo, eso la hacía aún más interesante a sus ojos.
 
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