—Una pequeña sonrisa cándida; llena de bondad, se esbozó en sus fauces, y sus párpados se abrieron de golpe, con un ceño y un mirar pendenciero; la voluntad se le fortaleció de súbito.—: Nuevamente, lo siento, no podré complacerte. Mi voluntad no es una ilusión, es lo que dicta mi corazón; es quien ha guiado mi camino hasta aquí. Deberías dejar que guíe el tuyo de vez en cuando.

«¿Una ilusión…? Huh.» Pensó y observóle con fijación, a la soberbia reina desde sus cetrinos ojos brillantes, hasta que una expresión de rectitud le ensombreció la cara, ocluyendo los párpados en un escueto ceño atribulado y un cabizbajo fugaz. Crispó el puño de su diestra, pero sin empuñar el místico acero por el cuál voces y relatos que preceden del medievo le clamaban como: «Holy Blade Wielder»; no era prudente iniciar un duelo antes de la guerra.—: Ya veo…—dijo, quién al cabo de un efímero silencio, retomó la palabra.—: Intento comprender, pero no lo necesito.

Puedo ver que has padecido mucho dolor para callar tus sentimientos y creer que los demás estamos por debajo de tu igual, como si fuésemos objetos. ¿Verdad, Archer? (...)

‘Me perteneces’ Fueron las palabras que percutían en sus oídos, además de la brisa que le canturreaba y mecía sus dorados cabellos lacios. En aquél semblante del monarca —ahora caballero solitario, como solía llamarse a sí mismo en la contemporaneidad de los días; o buenamente: un Servant—, un gesto ligero e inocente de estupor se mostraba, entorpecido por un leve rubor que le coloreó el rostro pálido e impoluto, como el de un príncipe ideal; joven y hermoso, había en él una piadosa calma que la juventud no obsequiaba. (...)

— Ese es tu más grande error, Saber. Crees haber venido a éste mundo por tus propios objetivos, pero la única razón es que has venido para ser parte de mis pertenencias, tu voluntad no es más que una mera ilusión... Me perteneces. —habló desde un punto de seguridad tan férreo, que por un momento sus labios se curvaron en una sonrisa, acentuada por el intenso carmín en su mirada.
Era increíble el cúmulo de sensaciones que el rubio incentivaba en ella, como un tesoro de exquisito valor.

—: Oh, Lo siento... no puedo complacer esa voluntad, Archer. Vine a este mundo con una misión propia, no para satisfacer la tuya.—

— ¡Me satisface esa mirada, Rey de los Caballeros! El porte adecuado para una de mis pertenencias.