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—Oh, no te preocupes por eso, aquí estoy bien —en ese lugar el se colocó de cuclillas, le mostró una sonrisa un tanto particular, no era maliciosa en apariencia, pero ciertamente no era la expresión adecuada para esa situación, no hasta que sus palabras escaparon de sus labios—. Al verte se me ocurrió algo, estoy seguro que amarás la idea —dejó sus pertenencias atrás, pero quién se sabe aventurero siempre tenía algo a la mano, en este caso una daga pequeña, afilada como pocas cosas; la arrojó hacia ella, apuntó a un costado en espera de que el agua acercara el arma—. El agua brilla como si tuviese vida propia, asumo que es cosa tuya... ¿Por qué no derramas tu sangre? Estoy seguro obtendremos un agua única, ideal para venderla y hacer un buen dinero, ¿qué te parece? Podemos compartir la ganancia.
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