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Como lo había prometido, esperó a Rayla cerca de la entrada del pueblo, sentada en una banca de piedra junto aquélla estatua imponente y el lago. Apenas la noche comenzaba a caer, dando al cielo un aspecto majestuoso. En sus manos llevaba un pequeño objeto envuelto, y atenta a su alrededor, esperaba la llegada de la joven sanadora.
 
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—¡No, no sucede nada!— Con vehemencia movió su cabeza de lado a lado, se rió, snorteó y luego, desvió la mirada. —Ayer fui al festival, que otra cosa si no, y había un señor vendiendo todo tipo de artilugios, tuve que convencer a Gaikokujin de que me diera algo que pudiera intercambiar por una cosa que vi y me gustó mucho, dicen que pertenecía a una princesa de oriente, yo no me creí nada porque el tipo tenía cara de estafador, daban ganas de patearlo y quitarle su dinero, pero si es algo muy bonito que...

Su vista se agachó hacia lo que tenía en sus manos, y las alzó un poco, ofreciendo el objeto mal envuelto a la joven. —Es para ti.— Dentro, de la cajita que bien habría podido pasar por envuelta por un niño de cinco, había un adorno para el cabello exquisitamente trabajado.
 
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