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El golpe tras la nuca le hizo reaccionar, a muy buena hora, pues había comenzado a mover sus manos, a girar sobre su propio eje a través de pequeños saltitos y a expresar su horror a través de una vocecilla quebradiza. Liviet le ayudó a acomodar sus ideas, recordar el limitado, pero útil repertorio de hechizos que acarreaba gracias a los susurros demenciales del enajenado Dios que lo bendijo; solo uno pudo servirle en ese momento y comenzó a concentrarse desde el momento que fue golpeado para poder lanzarlo.

Extendió la diestra tras murmurar cosas absurdas, de algún lugar del suelo emergió, violentamente, un enorme tentáculo color petróleo; era enorme, baboso y con otros rasgos feos. Este tentáculo se desplomó sobre las llamas, por obvios motivos las extinguió y tan rápido como apareció acabó por desvanecerse dado que él no quiso mostrar mucho más de ese truco.

—¡Yo que iba a saber que pasaría esto! —se llevó la mano al pechito, agitado, se olvidó que ella tenía sangre de elfo
 
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