Se recargó en la silla soltando un suspiro, estaba harta de todo aquello... tanto que ni siquiera fue capaz de continuar fingiendo aquélla soberbia con la que le gustaba molestar a la loba. Se cruzó de brazos, desviando la mirada hacia el jardín. —Creí que me habían contratado una guardaespaldas, no una niñera.— Se quejó, más aparentando el berrinche de un infante. Era injusto que teniéndolo todo, la posibilidad de ver cualquier deseo cumplido con el chasquido de sus dedos, se sintiera tan fastidiada de su propia vida, de sentirse inútil y vacía.