—Bueno, todo en esta vida tiene costo y las palabras no se van con el viento, así que sí, no me retracto...—terminó de limpiarse, y guardo el pañuelo ajeno en el bolsillo de su chaqueta, que ya tenía escarlata seco en su azulada tela. Por otro lado sus palabras sonaban críticas, aún así tenían razón—. ¿Por la sangre? No, no. Aquí es un mundo de lobos comedores de otros lobos, no le temen a la sangre ni a la violencia, es el lenguaje común.
- Tenga cuidado de sus palabras, pues podría tomarlas muy en serio. Y cuando llegue el momento de pedir su ayuda, lo haré sin chistar. - Dijo sosteniendo aquel puro en su siniestra, su mano derecha se encontraba ocupada, sosteniendo un bastón de ébano tallado a mano, el cual lucía una joya carmín en su pomo, en lugar de hacer curva.
Se deleitaba del puro, se deleitaba de la visión en rojo frente a ambos, era algo que causaba satisfacción, al menos a él. - Puede mejorar, Sier. Mucho más de lo que te imaginas... Cualquiera ha habría colapsado en la locura y desesperación por semejante visión. -
—Soy un pésimo soldado, sier —y eso era verdad, no tenía cuerpo de soldado, no tenía rostro de asesino ni temple de mercenario, aún así portaba los colores de la Legión sin pensarlo dos veces. Se mantuvo en su lugar, removiendose la sangre de su rostro mientras el ajeno fumaba.
"Así somos los humanos ¿Eh?" preguntó en su mente mientras desviaba su mirada hacia aquel soldado. Parte de la razón se la daba al uniformado, aunque percibía duda en sus palabras, otra parte sabía que era una vil mentira. No le molestó, al contrario, gran entretenimiento le causó aquella mención. Sin embargo, externamente solo se limitaba a una elegante y fina sonrisa. - Eres soldado, deberás acostumrarte a seguir órdenes que requieran arrebatar vidas... Es tu deber. Si no... ¿Cuál es tu objetivo de usar el uniforme? - Extrajo un puro el cual no tardó en encender para deleitarse con el sabor y el olor.
—No puedo remediarlo, así somos los humanos...—"somos" pues así se consideraba en esta faceta de tantas. Así revelaba su uniforme, para ejército humano servía, humano en fín—.
Le prometo que yo no, no suelo cometer estos actos. Fue una orden de arriba que he de acatar, como soldado no puedo negarme...—su faceta más inocente y suave, apenas un trazo de mentiras con verdad—. Se lo agradezco mucho, no dude en tener mi ayuda en caso de necesitarla.
- Es parte de la naturaleza humana el fomentar actos tan ruines, siempre disfrazados por un motivo absurdo como la justicia y la paz... Incluso el de ahora... Argumentó para finalizar con una delgada y maliciosa sonrisa. - ... También estoy acostumbrado a ver la, no... A hacer este tipo de actos. - era cierto, a lo largo de la historia siempre había realizado actos despreciables, reprobables y sin escrúpulos. Pero todo por un fin común.
- Tiene mi palabra, Sier... Nada de esto saldrá de mis labios. - completo lleno de complicidad, aunque desde adentro era un suceso que le llenaba de felicidad, no... Tal vez satisfacción, tal vez emoción, que sabe, así lo sentía aún cuando no era obra suya.
La frialdad de la situación se había posado bajo un tenue frío que era aterrador. La sangre como esencia de un ajeno, su gelida indiferencia no le caía mal al capitán sin nombre, pero aún así, perfeccionista como era no gustaba que una variable quedará fuera de su ecuación.
—Pero de todas formas me arrepiento que tenga que ver algo tan aterrador y ruín...—dijo con la mirada abjecta a la sangre que poseía en la ahora tela. Mantuvo la calma—. Por favor, espero que quede entre nosotros.
Indiferente ante el resultado, el ejecutor y el motivo, aquel caballero de finas prendas expectante se mantuvo, guardando silencio. No comentaría nada al respecto a la obra ajena, no tenía derecho y no era quien para hacerlo. - No hay nada qué lamentar, sier... No olvide eso, menos llegando a este punto. - Respondió usando un marcado acento inglés, inconfundible y refinado. - Son los modales los que forjan al homgre, sier. -
Se había mantenido cuando menos reflexivo, la sangre no parecía haberle afectado al menos en el momento que oyó las palabras del hombre. Con educación cerro sus ojos y asintió, tenía razón en su cometido.
—Lo lamento, sier —dijo con tranquilidad mientras tomaba aquel pañuelo con su diestra, y se disponía a limpiarse por lo menos su rostro, desde las comisuras finas de sus labios hasta sus mejillas—. No creí que usted estaría aquí, prometo arreglar este desastre.
Viendo el estado de aquel caballero, sin dudar le entregó un pañuelo, hecho de fina seda en claro tono. Lo había sacado del bolsillo de su chaqueta que combinaba armonioso, un conjunto de verano, ideal para aguantar el calor.
