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Karonte · 26-30, M
Era obvio que la cocinera era particular, el uso del negro y su estipe felina le recordaban a las panteras del sudeste. La misma mirada centrada, la misma forma de moverse entre esa coquetería pero también entre la firmeza de su estoica fisionomía. Superaba al Hacedor en altura y en porte, razones qué hacían dudar de que una de las razones de la falta de prosperidad ajena podían provenir, al igual que en todos los felinos de ese tipo, a que la hermosura rivalizaba a su elegancia, pero tambíen resultaban intimidante para el común de las personas.
Por su parte no había nerviosismo, solo esa calida frialdad gélida que su mirada podía desprender y su media sonrisa aclarar. No se levantó al compás contrarío, sino que yacía sentado armado de mucha intriga de saber su historia.
—Que así sea, Sier —dijo con tranquilidad, aceptando sus palabras—. También querré oír tu historia.
Por su parte no había nerviosismo, solo esa calida frialdad gélida que su mirada podía desprender y su media sonrisa aclarar. No se levantó al compás contrarío, sino que yacía sentado armado de mucha intriga de saber su historia.
—Que así sea, Sier —dijo con tranquilidad, aceptando sus palabras—. También querré oír tu historia.
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