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«Non est ad astra mollis e terris via.»
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Fᴜʟʟ Nᴀᴍᴇ
Kamāl Prakliaty
, o Kamaal. Primer nombre desde tiempos remotos (del Persa & Árabe, means: Perfection, Utmost Level, Superiority & Beauty) Sin embargo, solo quienes han visto su verdadero aspecto así le nombran.

Mikhlávz[/b], a veces llamado 'Klávz' (En el Griego: Νικόχάος); combinación de palabras griegas para "Triumph" y "Chaos". Las raíces etimológicas de su nombre, provienen de Mik (νίκη; Nikē), 'Triumph'. Khlávz (χάος; Kháos) palabra del antiguo griego para 'Chaos'. Nombre usado para la cotidianidad.

Sᴘᴇᴄɪᴇ
Thēríon (BEAST ) |
Demon | Ti.amatul (Son of Tiamat)

Bᴏʀɴ, Cᴜʟᴛᴜʀᴇ ﹠ Rᴇɢɪᴏɴ
Ancient Babylon; Sumer. Fechas que se remontan después del Gran Diluvio.

Aʙᴏᴅᴇ ﹠ Kɪɴ
Zatratenie Duše
[Dom Prakliaty]
Abominations of Desolation [Evil of Man]

Nᴜᴍᴇʀᴏʟᴏɢʏ
٧; VII
(7) Lleva el estigma en el lado Izquierdo del pecho.

Lɪᴠᴇʟɪʜᴏᴏᴅ
Lilûgal
(Devil King) | Abgal (High Sage)

Sɪɴ ﹠ Sʏᴍʙᴏʟ
Ὑπερηφανία (Hyperēphania) 'Pride' | Winged Serpent

Bᴇᴀsᴛ Nᴀᴍᴇ(s) ﹠ Eᴛʏᴍᴏʟᴏɢʏ
Su nombre original es Izudra
(The Fire Black o simplemente The Black), nombre que usó durante los antiguos días de la civilización Mesopotámica, escrito en la aislada lengua acadiana (compuesto por Izi; Fire y Udra; Dark/Black). En los nuevos días, se le otorgó el nombre de Bhagavān (भगवान्) término proveniente del Sanscrito (The Revered, illustrious and Divine).

Fue rubricado por los griegos como Thēríon VII (θηρίον ٧), Beast VII.

Tɪᴛʟᴇs ﹠ Eᴘɪᴛʜᴇᴛs
Ušumgal
, ❛Great/King Dragon❜
Bēlū Izamaru, ❛The Great Flood of Fire❜
Sha Maldu Īmuru, ❛He Who Arises from the Abyss❜
Ilušar, ❛God-king❜.
Noctifero, ❛Night-Bringer❜ in Latín.

Cʜᴀʀᴀᴄᴛᴇʀ
El epítome para describir a Kamāl, sería 'complejo' y 'enigmático', su pertinaz gesto; casual y desdeñoso, en compañía de su fuerte uso del sarcasmo y la cortesía mordaz, hacen que sus pensamientos sean herméticos y difíciles de discernir. Es abrumadoramente poderoso de cuerpo, mente y de voluntad. En cuanto a sus modismos y formas, es un intelectual cortés y de voz suave, escasas veces se le ve perturbado o muestra signos de preocupación alguna, ya que fue conocido desde años ya olvidados, especialmente en su juventud, por poseer un orgullo sobrecogedor; rasgo que no se atenuó mucho con el transcurrir de las épocas. Es bien versado en la guerra psicológica y muestra una sabiduría perspicaz.

#2D2D80
Though he knew the weak, he never glanced back at them, and though he knew the strong, he never acknowledged them.

Su convicción más característica es la de tratar las filosofías del 'Bien & el Mal' indistintamente, ya que no posee la necesidad de otras ideologías o dogmas de vida, cuando la base absoluta es 'Él'; deseando ordenar todo según su propia sabiduría y engrandecimiento. Empero, es alguien por lejos despiadado y perverso, pues para él, todos los seres vivos son un "algo que está a punto de morir" o "algo que eventualmente morirá". Si decide que hay un "ser que debe morir en este momento", simplemente ejecutará la sentencia sin miramientos.

A raíz de ello, los actos de compasión, misericordia o lástima estaban completamente más allá de su comprensión, y tiene una tendencia en serie a subestimar el valor y las capacidades de sus enemigos, viéndoles como un entretenimiento fugaz para su placer. Sus dones divinos le impiden reconocer a su oponente como una amenaza real y no los combate con seriedad. Sólo exhibirá sus capacidades adecuadamente contra aquellos que considere merecerlas, o simplemente utilizará más poder del necesario por el mero capricho.

#2D2D80
Kamāl's pride and attitude is such that he never holds hatred in his heart to anyone, even Demons or divinities, as he does not hold hatred to those beneath him, he only pities them.

Desdeña la fragilidad en las formas de vida, como la humana, pero tiene un interés genuino en su desarrollo, y en descubrir los mayores secretos de la vida, suele mantenerse al márgen, pues no les considera dignos de ser regidos por su propia mano. Esto le llevó a comportarse como un retorcido espectador y juez, un rey anfitrión que goza de su realeza y de las vicisitudes que el rebaño en la historia tiene para ofrecerle, y por ello, desarrolló un inherente capricho con ver el fin de la humanidad, desde el futuro del pueblo; hasta presenciar el fin de los tiempos.

Aᴘᴘᴇᴀʀᴀɴᴄᴇ
Desde antaño, ha conservado una imperecedera juventud que no se marchita con la venida de los Nuevos tiempos. Posee una regia apariencia, cuya faz de facciones apacibles se decía era la más bella de entre los hombres de su época, hermoso de rostro, de rasgos afilados, con un alto físico de 186 cm (6'1") y enhiesto de temple. Blanca era su tez; su pelo azabache, oscuro, largo y espléndido; como plumas de cuervos. Su cuerpo es propio de su magnificencia, de una sublimidad emanante y de abrumadora áurea insondable que embelesa, pero a la vez paraliza.

Sus delgados labios, suelen esbozar un carisma frívolo, apacible como si careciese de emociones.

Sus ojos eran oscuros, tintados de un refulgente dorado, y de brillo penetrante e inmaculado, ojos que no se verían en ningún mortal. Empero, los conserva entrecerrados, hasta convertirse en hendiduras y rara vez los abre lo suficiente para ser vistos; pues no cualquiera puede soportar verle de directamente, ya que suelen sentirse espiritualmente desnudos y expuestos ante él. Cuando decide exhibir los ojos de la bestia, son carmines como la sangre más vivaz, con un intenso fuego que ardía en lo íntimo de ellos, afilados y con tal tesitura que asolaba la carne, concibiendo calores y fuego sin restricción. Su mirada es serena y apática, pero como el mar, era dura y despiadada, capaz de leer los secretos de los corazones más allá de la niebla de las palabras.

Sobre ellos, viste unos anteojos tradicionales, pero elegantes y distinguidos, con dos joyas de collares pendiendo de sus bisagras.

Sus primeros años se remontan en la historicidad tan antigua como el hombre, durante la primera dinastía de Kish, después de que aquél Gran Diluvio se desbocase, depurase y se extendiese por toda la Tierra, y los Nam-Lugal ━la mítica realeza━ descendiese de los cielos sobre la antigua civilización de Sumeria, el Reino Bendecido en su gloria y bienaventuranza, larga en cómputo de años, pero demasiado breve en el recuerdo.

En medio de una tormenta asoladora, como si las fúricas aguas cobijasen y entregasen una ofrenda desde lo más insondable de sus abismos, una pequeña criatura fue dispuesta en las agrestes manos de una familia de aldeanos.

Su cuerpo era mucho más candoroso e inmaculado desde el criterio del hombre, y se decía que había sido pincelado por los dedos de una divinidad. Le nombraron Ansum, 'Aquel que el cielo ofrendó', y así se le recordó durante sus primeros cuentos.

#2D2D80
Wʜᴏ ᴄᴏᴠᴇᴛᴇᴅ ᴛʜᴇ Lɪɢʜᴛ

Sus días de infancia estuvieron marcadas por la violencia, a corta edad ya había visto las cíclicas guerras a causa de las reclamaciones de poder, viendo cómo una realeza acaecía en una ciudad, sólo para ser inevitablemente reemplaza por la siguiente. La muerte y la destrucción que experimentó a una edad tan temprana dejaron mella en su carácter, pues desde inicios podía sentir cosas vedadas al resto, siendo alguien sensible al dolor que aflige al mundo y a las personas de su derredor, viviendo atormentado por ello, aunque siempre se le veía tranquilo y perspicaz, de madurez más que notable para su edad.

En algún punto tomó la costumbre de entrecerrar sus párpados, cuando los humanos codiciaron sus ojos. Eran de una tonalidad purpúrea, tan brillantes y puros como el metal más virtuoso, y profundos además, como la misma inmensidad de donde provino.

Creció deprisa, y mostró una sabiduría inconmensurable, estando más allá de la par con los sabios más versados. Era alto, hermoso de rostro, de cabellos tan negros como la brea. Y así, tan deprisa como maduraba, deprisa tomó su propio rumbo, abandonó a su familia a quiénes amó y resguardó en su corazón, siendo un niño de cara a la adolescencia.

Era de entre los Sumerios, el más sutil de mente, el más brillante y el de manos más hábiles y poderosas. Fue durante estos períodos solitarios que comenzó a tener ideas y pensamientos propios que no estaban de acuerdo con las preconcebidas de poder que prodigaban los reyes, y así, en su devoción por el conocimiento, muchos se sintieron atraídos por el esplendor del pequeño joven y llegaron a él en búsqueda de sabiduría, a quienes les hablaba con una voz tan suave como la brisa matutina, pero de palabras tan poderosas como el relámpago y su estrépito.

Su mayor virtud era su amor por el orden y la perfección, por comprender las mentes, y su aversión a cualquier cosa derrochadora. Estudiar tanto le permitió comprender cómo sucedieron los eventos del pasado y, cuando aplicó esa misma comprensión en el futuro, se preocupó por hacia dónde iban todas las cosas. Pronto, desarrolló un complejo de dios, trascendiendo poco a poco al espíritu divino que estaba destinado a ser, pero con actitudes soberbias y arrogantes que se fueron creciendo en lo más íntimo de su corazón.

Se convirtió en un líder ermitaño y con un séquito de peregrinos, se dirigía a las ciudades profesando improntas de sabiduría que albergaba en las mentes de los hombres. Dedicado a una forma de ascetismo, busco la perfección espiritual, viviendo en la renuncia de lo mundano y en la disciplina de las exigencias de cuerpo, cuyo físico no sufría de las consecuencias autoimpuestas.

Los académicos y seguidores comenzaron a identificarlo como la personificación de un dios. Sin embargo, una oscura naturaleza rasgaba desde lo más recóndito de su ser, trepando y encumbrándose desde lo más íntimo de su mente. Por momentos, tenía episodios donde una voz ponzoñosa endulzaba su oído, instigándole a sucumbir a todos esos sentimientos negativos que acogía entre más compartía su tiempo con el hombre. Y así, en la privacidad de su silencio, lloraba angustiado y atormentado por aquello; sintiéndose una obra defectuosa por no alcanzar la luz que tanto ansiaba.

#2D2D80
Wʜᴏ Dᴇsᴄᴇɴᴅᴇᴅ ɪɴᴛᴏ Dᴀʀᴋɴᴇss

Veía las primeras luces de su adultez, cuando entre los viajes de peregrinaje que emprendía junto a sus seguidores, conoció a la realeza de Kish y a la realeza de Uruk, quienes se mostraban fascinados por la inconmensurable espiritualidad que percibían en aquel hombre, mostrándose serviles hombres seguidores de los antiguos dioses antediluvianos. Sin embargo, la triste verdad estaba disfrazada y envenenada con engaños tras las sombras de lo que sentían en realidad. Le odiaban, y envidiaban los dones de su persona, ya que representaban un inminente desafío a su sangre real, aquellos que se decía que "descendían de los cielos". Aún así, el joven Ansum veía y sentía a través de las sombras engañosas de los reyes, pero siempre acalló, y de sus labios nunca salió una palabra de recriminación.

Transitaba y cantaba junto a sus seguidores cerca del río Éufrates, cuando una terrible noticia acechante le abordó. 'S-son tus padres... ellos...' Titubeaba el niño quien traía las amargas buenas nuevas, pero su expresión lo decía todo. Galopó con un furor demente, como si fuese un dios de la antigüedad, Ansum se alejó de sus seguidores y se apresuró al encuentro, vivió las más negras de las noches, y los más amargos días, cuánto más se aproximaba a la granja, su oscuridad interior más carcomía sus pensamientos. Y fue entonces cuando finalmente el pútrido hedor del rebaño muerto le embriagó, cuando sus aterrorizados ojos observaron el humeante negro ya disperso en el rocío de cenizas y supo entonces que había llegado.

A todo se le había prendido fuego hace ya días, el ganado fue asesinado, algunos empalados, otros decapitados. Bajo pronto de su caballo, consumido por la tristeza y la desesperación, donde sus pies no podían coordinarse, cayendo en ocasiones sobre el ennegrecido suelo. Había recorrido poco de aquellas tierras, cuando finalmente los halló. Los ojos se le llenaron de lágrimas, hubo un profundo silencio, antes de un grito aterrador, salido de lo más recóndito de sus entrañas. Allí estaban, atiborrados por buitres que devoraban la carne: sus padres, sus hermanos menores, con sus cuerpos ennegrecidos, atados con sogas en sus pies, de cabeza en el patio de su hogar, despellejados en vida de pies a cabeza para coronar aquél acto envilecido y bárbaro.

Fue una carnicería sádica en todas sus luces. Ansum ahuyentaba la carroña, hasta que se vio tendido de bruces en el suelo, sus tripas se le revolvieron y su desconsolado llanto empapaba la tierra negra. Se preguntó durante largas horas porqué sus parientes habrían de sufrir un destino tan cruento e inhumano, buscaba claridad en su mente, pero sólo la voz corrupta y seductora respondía, inundándola en las tinieblas.

Cuando recobró la compostura y no hubo más lágrimas por derramar, dispuso los cuerpos en carretones, transportándolos hasta un antiguo arenal de las cercanías, y los enterró con la decencia que merecían. Jorobado de rodillas, pasó largas horas al despuntar el día y largas horas nocturnas en vela por el luto de su perdida.

Pronto tras él, una docena de guardias aguardaban por él. No les dirigió la mirada, más a sus oídos sonaban voces agudas y risas como carámbanos. No hubo preguntas, tampoco respuestas ni forcejeo alguno, los hombres tomaron con brusquedad al joven Ansum, con todo y sus harapos, lo ataron de sus muñecas y le arrastraron por el suelo durante cuatro días y cuatro noches. Lo guardias le insultaron y a sus parientes, le amenazaron y le fustigaron como a un ladrón pordiosero.

Finalmente habían llegado al centro de la plaza de mercado, la multitud le miraba con repulsa, ojos indiscretos que sólo se apartaban de él, después de haberle admirado. Un olor a muerte flotaba en el lugar, y más adelante, la platea del lugar estaba atiborrada de cadáveres, cabezas y miembros de aquellos seguidores con los que viajaba, hombres, mujeres y niños sin distinción. A su caravana les habían asediado y tomado como prisioneros, para ser ejecutados en los días que pasaban desde su partida.

El rey de Kish al verle, pidió que pusieran a disposición suya la cabeza de Ansum sobre un tocón de tamarindo, justo en el centro donde todos pusiesen apreciar su muerte venidera. Una vez más lo arrastraron y le obligaron a apoyar la cabeza en la dura madera negra, su ensombrecido gesto no cambió. En lo íntimo de su ser, sentía como las zarpas de una bestia le arañaban, y el cómo el último vestigio de luz, se volvía penumbra. Más que las voces de los hombres, oía susurros, un interminable murmullo de palabras extrañas que reclamaban sangre y devastación
—¡Mírame, Impostor! —le ordenó el rey—, ¡Exijo verte a los ojos! ¡Observa los ojos de quien desciende de los dioses! —Sentenció frente a la turba, reafirmando su poder. A Ansum le tomaban por una piedra, pues no se movía, ni pronunció una sola palabra, y entonces salió de él una voz, una voz que parecía venir de las entrañas del abismo, y la multitud oyó, estupefacta y anonadada, que hablaba en la vieja lengua de Sumeria:
—...¿Me exiges... tú a mí?... —los caballos gritaron, encabritados, y los hombres empuñaron armas. El rey tenía cara de terror y asombro, e intentando recobrar su valentía, se aproximó, sin desprender sus ojos como ópalos de aquellos del joven, aún con los párpados sellados a placer. Como al conjuro de algún maleficio siniestro, de tanto en tanto se veían relámpagos enceguecedores que restallaban en las proximidades como látigos—; Entonces, mírame, Rey de reyes... Mira los últimos ojos que verás... —Contestó con voz glacial y vibrante, poco a poco alzó el rostro y con ello abrió los párpados. Sus ojos eran como llamas, cuya luz marchitaba con su calor aquello que veía, rojos; tan rojos como ningunos, capaces de horadar las mentes de los hombres, y sembrar terror en sus corazones. Y de su cuerpo, rezumaron las sombras más profundas y espesas que en cualquier otros sitio en el mundo, trayendo consigo pavesas de fuego que se alzaban durante la brisa que se airaba. Uno de los guardias agitó el acero de su espada sobre Ansum, pero el acero se quebró en dos al tocarle la piel. El joven parecía llevar un manto de oscuridad, y se puso en pie, con una perturbadora serenidad.
—¡Mátenlo, mátenlo ahora! —ordenó de nuevo el rey, trastabillando sobre la arena, y sus hombres obedecieron, pero sus ofensivas fueron en vano. Ansum, con una cruda expresión ensombrecida, macilento pero altivo, respondió perforando el pecho de uno de los guardias con su mano desnuda, arrancándole el corazón de cuajo y vertiendo la calurosa sangre sobre su boca, tintando su quijada y esternón. El cuerpo del hombre cayó sobre el suelo, y en el último aliento de vida, veía como aquel joven devoraba el órgano que le extrajo, como una bestia salida del infierno mismo.

La muchedumbre no tardó en dar gritos de horror y huir despavorida, como ciervos acosados. En un parpadeo, más hombres habían muerto de forma cruenta y salvaje, y como si una ola de venganza los azotase, caían más y más: gargantas arrancadas, cráneos destripados, crujidos de huesos al romperse, extremidades arrebatadas; así era aquel hórrido escenario. Pronto los alrededores estaban envueltos en llamas, y el cielo ahora tenía un color gris ceniciento. Ansum se erguía como una forma negra envuelta en las ascuas de una humareda ardiente, tan ardiente como el sol. Se tomó su tiempo, con una paciencia estremecedora, hasta que dio con aquel rey que se arrastraba de terror, implorando piedad mientras buscaba alejarse de aquella entidad, sin rastro del hombre que fue. Aquel le aplastó la columna al postrar el pie sobre ella, estampillándole sobre la arena y sin mediar palabra, le agarró de la barbilla y le arrancó la cabeza junto a su espina dorsal, arrojándola cuan estiércol al lodazal.

Habían despertado una cólera infinita que nunca sería apaciguada, y aquella hueste y su rey, sólo serían el comienzo de aquello que con su humana brutalidad despertaron. La ciudad y su plaza se desplomaba o ardía, consumiéndose como antorchas. Una fuerte lluvia llegó desde el Mar, y fue como si todas las cosas que la majestuosa TI.AMAT alumbró, lloraran por Ansum, apagando con lágrimas grises los incendios de la ciudad, después de todo, él también llevaba su fervorosa sangre. Las hogueras se anegaron y una gran humareda se alzó hasta los cielos.

Su nombre se volvió una figura poderosa en las tradiciones del pueblo, el hombre que vistió azotes de fuego y caminó por el ruinoso sendero que descendía al Vacío. IZUDRA, el 'Asolador Fuego Negro' le llamaron, como un mito que se volvió leyenda vieja, que sembró terror en el corazón de todas las cosas vivas, como una semilla que no muere y no puede destruirse, que de vez en vez germina de nuevo; dando negro fruto hasta los últimos días.