— Comprendo, me gustaría decir que poseo algo así, pero el ser un simple humano ya es bastante malo. Un humano que ha visto más que cualquier otro.

—Yo también soy una anomalía, y pese a que usted admire mi elocuencia por dentro se esconde algo terrible y descontrolado.

— Soy lo que muchos llamarían una anomalía en este mundo tan finito. Muchas veces tomado como una amenaza por saber demasiado. En cambio usted, mi señor, no se queda atrás, pues su elocuencia es también digna de admirar.

—Tienes mucha sabiduría, señor. Conoces muy bien el mundo de los secretos.

— ¿De que sirven? Para probar y fortalecer al cobarde; pero... revelarlos implica que éstos dejarán de ser lo que son: un secreto.

—¿Y de que sirven entonces los secretos que atemorizan a los valientes si se tiene el corazón cobarde? ¿Para qué sirven aquellos que jamás salen a la luz, si tan felices en las sombras se encuentran? Dígame.

— Los suficiente como para atemorizar el corazón del más valiente, todos aquellos que jamás han de salir a la luz, los que nadie acepta ver y los que otros ignoran al estar siempre presentes.

—Todos aquellos que se nombran en el silencio, en el miedo y en la bondad ¿conoce alguno?

— ¿Como cuáles?