Procuró mantener el silencio, pues su pequeña tenía un oído tan agudo como el de su padre. Aún así, y por encima de todos sus humanos intentos, no había sido tan efectiva como pensaba... Sentir los labios de InuYasha atrapando los suyos en un beso, no sólo la llevó a hacer lo mismo, acunando cariñosamente su rostro entre sus manos, sino que, en un torpe intento de abrazarle, sus pies descalzos chocaron con una pequeña olla que había quedado a mitad de camino olvidada, provocando un breve estruendo que despertó a su niña; su pronto llamado alertó sin duda a ambos padres por igual.

Con una risita divertida, ligeramente teñida por el sueño, se despegó de brazos del albino.

—Supongo que será más difícil de lo que creía.

— Ahora comprendo lo cansado que puede ser para ti. Por eso debo decirte que haces un gran trabajo con los dos —continuaba susurrando, aunque quería mirarla a los ojos para ver su expresión. Por alguna razón no tuvo el valor de separarse de su rostro del todo y sus labios se rozaron fugazmente. Ciertamente estaba rojo, aún no se acostumbraba a esos breves momentos del día en que podían compartir momentos tan íntimos entre ambos—. Estoy bien —asintió con calma, según él, aunque en verdad debía parecer más un imbécil.

Aún así no despegó sus manos de donde las tenía, más bien se inclinó hacia ella para sellar sus intenciones con un tierno beso en sus labios antes de que se escuchara un desesperado "¡Mamá!" desde la otra habitación.

—No fue sencillo, tiene tanta energía como tú —su sonrisa se expandió, merced de su cálida cercanía—. InuYasha, estás rojo —señaló, entre un ligero parpadeo y otro; vaya confusión— ¿Te sientes bien?

— Veo que al fin lograste dormir a Moroha —susurró apenas audible para no despertar a la susodicha mientras se acercaba a la azabache, tomando su bello rostro con ambas manos y uniendo su frente a la suya para frotar su nariz tiernamente contra la de su esposa.