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InuYasha, ven conmigo... —pasando a su lado sujetó su muñeca, arrastrándolo fuera de la choza con aquella resolución firme tan repentina, pero a la vez tan propia de ella.
Si todo un pueblo se negaba a que compartieran un techo, entonces no tenían que estar debajo de uno.

Su decisión acerca de lo que haría a la mañana siguiente aún se balanceaba peligrosamente sobre un hilo, especialmente al ser consciente de las posibilidades. Pero si aún así InuYasha, en su inquebrantable terquedad, finalmente la arrastraba a ello, entonces ella se negaba a pasar aquella noche alejada de su lado; terquedad contra terquedad había resultado en un escape furtivo de medianoche.
 
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