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User1576008 · 26-30, M
Si bien, ya no existía una perla que pudiera cumplirle un deseo, éste era el deseo que él pedía todas las noches cuando sus ojos miraban la última estrella.

Siempre has pertenecido aquí.

Y ahora reconocía el valor de las tradiciones humanas. Hasta su propio padre, según sabía, también había llevado a cabo el mismo juramento de amor a su madre humana. Ahora comprendía todos los porqués, y quería todo eso con ella y más.

Quería una familia.
User1576008 · 26-30, M
A punto de resignarse, cuando agachaba la cabeza fue que se dio cuenta de que su cabello nuevamente era plateado. Y cuando liberó sus brazos de su agarre también notó que sus garras habían vuelto a crecer, entonces repasó el filo puntiagudo de sus colmillos con la lengua sólo para asegurarse.

Sus ojos dorados se abrieron de par en par ante la sorpresa de la respuesta corporal de la sacerdotisa; una amplia sonrisa acompañada por un sollozo, un movimiento afirmativo... y ese "Sí" a pesar de no haber preguntado nada.

Entonces todo lo a continuación sucedió tan deprisa que, lo único que supo al reaccionar teniéndola entre sus brazos fue que hasta ahora, esta había sido la victoria más grande de su vida. Nada se comparaba con la felicidad de tenerla a su lado, de sellar con un beso una promesa tan sagrada como la de unir sus espíritus de por vida.

Eres mi destino. No quiero que vuelvas a irte de mi lado, no quiero vivir sin ti...

[...]
User1576008 · 26-30, M
Le avergonzaba recordar cuántas veces había practicado ese momento con el monje Miroku. Sí, practicó hasta que su dignidad desapareció por completo. ¿Y qué fue lo peor de todo? Que las palabras no salieron para nada como lo había planeado con su mejor amigo.

Por un momento quiso desaparecer, quiso volver a ese momento atrás donde todo se resumía a tejer las marañas estando acostado sobre las piernas de la sacerdotisa. Temía haber arruinado todo, ¿por qué tenía que ser tan bruto? ¿Por qué no podía tener más tacto?

¿Y en qué momento cesó la llovizna y en su lugar las aves empezaron a cantar? Prefirió guardarse aquella propuesta por tantos días como le dio su paciencia. Oportuno fue hacerlo sin luna; humano, indefenso, vulnerable. Pero esa había sido su propia voluntad: exponer sus deseos y sentimientos. Quería mostrarse como era y ese deseo tan humano de unirse en cuerpo y alma a la mujer que amaba.

[...]
Sí. Sí... —en medio de una risilla tonta sorbió por la nariz—. Yo... soy tan feliz, InuYasha... —sin importar que aún estuviera bajo su agarre, sus pies se elevaron sobre la punta de sus sandalias y en un impulso juvenil, tan lleno de amor, se lanzó al encuentro de sus labios, sellándolos con un profundo beso.

No había otro sitio en el que soñase estar que no fuera a su lado, para siempre.

La mirada se le empañó con turbulentas lágrimas que pronto acabaron cayendo, en fuga, por sus mejillas. No podía creer lo que oía, ¿era real?, ¿sólo un sueño? Sintió la urgencia de pellizcar su piel, pero no hubo necesidad... el apretón que InuYasha aún ejercía sobre sus brazos le sirvió para comprender que no se hallaba en ninguna dimensión onírica, sino allí, de pie junto al árbol que vio nacer su amor.

Una sonrisa amplia iluminó su rostro y soltando un sollozo mudo, atestado por la dicha, sus labios se entreabrieron buscando emitir una respuesta, pero el llanto había privado su habla. Con un movimiento pronunciado de su cabeza, uno de afirmación total, se halló a sí misma dando un "Sí", que pronto su voz entrecortada intentó reafirmar:

[...]
Como si despertara de un trance, aquella sacudida le hizo abrir los ojos en amplitud. Sus formas bruscas no solían asombrarle, pero en aquel momento, en aquel lugar, todo parecía desencajado. No era temor -jamás podría sentir algo semajente por él-, sino, llanamente, sorpresa; otra más en medio de aquella noche sin luna.

Primero le oyó dubitar, luego lo vio cerrar sus ojos y tropezar con sus propias palabras sin saber exactamente cómo reaccionar ante eso. Todo se sentía arrebatado e incongruente y ella simplemente parecía haberse quedado congelada en cuerpo y alma. ¿Qué? ¿Qué intentaba decirle con tal desesperación?

Finalmente las palabras emergieron, llevandose con ellas las dudas, sintiéndose absurda por aquel instante fugaz de inseguridad... [...]
User1576008 · 26-30, M
Lo que intento decirte es que... —se quedó boquiabierto, el labio inferior comenzó a temblarle mientras las palabras se quedaban suspendidas en el aire.

Sus manos se mantenían firmes en los antebrazos de la azabache. Cerró sus ojos con fuerza por un momento, como si intentara darse ánimo a sí mismo. Tenía el corazón latiéndole a tope.

La había tenido frente a él ya tantas veces en la vida, ¿por qué su estómago se seguía encogiendo cuando la miraba? Definitivamente el querer pasar el resto de sus días con ella fue algo que supo en el alma desde que su espíritu reconoció el suyo. Y es que ambos habían nacido para estar juntos.

La vida sin su amada Kagome se sintió vacía durante esos tres años. Jamás permitiría que nada los volvería a separar. JAMÁS.

¡QUIERO QUE TE CASES CONMIGO, TONTA!
User1576008 · 26-30, M
Intentaba leer los pensamientos de la sacerdotisa en su rostro, cuyas expresiones solían ser de lo más legibles. Pero ante sus ojos sucedía un torbellino de sensaciones; casi sintió que triunfaba cuando pudo notar la felicidad en ella. ¿Confusión? ¿TEMOR? ¿Acaso se había expresado mal?.... ¿Querría irse? O peor aún... ¿lo estaba rechazando?

Creo que lo supe desde que retiraste esa flecha de mi pecho —dijo intentando mantener la calma, y señalando hacia el mismo punto en el tronco que había repasado antes con una de sus manos. Pero le parecía que la sacerdotisa comenzaba a ponerse a la defensiva, como en el pasado.

La sola idea de que una pelea surgiera en un momento como ese, en el que estaba dispuesto a abrir su corazón como pocas veces, era inconcebible. No podía dejar que ocurriera.

No se le ocurrió más que tomarla por los antebrazos y sacudirla.

[...]
Tres años habían transcurrido separados. Tres años en los que la joven sacerdotisa no había hecho más que pensar en él. Ahogada en recuerdos y llantos recurrentes, su vida había transcurrido con una parsimonia dolorosa. ¡Tantas habían sido las veces que cuestionó al destino!, reclamándole sus artimañas, reprochándole tanta crueldad. Por eso, el día de su anhelado reencuentro, ella lo había tenido claro: no había un día que no quisiera pasar junto a su amado InuYasha... Jamás se había cuestionado, hasta ese momento, si aquel deseo había sido una necesidad compartida o meramente un afecto unilateral. ¿Acaso él...?

Algo tembló en sus ojos, presa de sensaciones dicotómicas: felicidad, incertidumbre, calidez, temor...

¿Lo acabas de... decidir? —sí, probablemete lo estuviera mal interpretando todo.

En efecto. El Árbol Sagrado... Aquel era un sitio especial: plagado de historia, de separaciones y reencuentros; toda una vida no sería suficiente para atestiguar los miles de sentimientos nacidos al abrigo de su sombra.

Un beso nunca antes recibido sobre la palma de su mano y aquella mirada cálida posándose sobre ella bastaron para desarmarla. Su corazón enmudeció un instante, saltándose un latido, para luego retomar su andar a un ritmo acelerado. ¿Qué...? ¿Qué había dicho? Por un instante creyó que el eco de la noche había creado un vacío en sus sentidos, haciéndole alucinar aquello último que salió de sus labios en lo que parecía ser una demanda presurosa. [...]

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