Posó los brazos en jarra sobre sus caderas, como la antesala del reproche venidero:

—¡No seas terco, sólo dilo! —para no despertar a Moroha, lo suyo fue más como un "grito susurrado".

La azabache lo había confundido tanto que, mientras pensaba en cómo debía sonar la frase con ese cambio, entre sus labios apenas se asomaba la punta de su lengua. Sacudió negativamente con la cabeza cuando comprendió al fin.

— Jamás. Ni siquiera lo pienses.

Negó, sacudiendo su índice. —Prueba cambiar el "ti" por "nosotros".

— Nosotros no funcionamos sin ti —corrige.

—Prefiero un "nosotros"...

— Esta familia no funciona sin ti.