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El instante en el que InuYasha había descendido de su vehículo, ella se había agachado a recoger la sandalia que yacía rota sobre la hierba. Fue en ese momento que el cambio de peso a sus espaldas casi le hace perder la dirección del manubrio.

Al volver la vista al frente todo lo que vio fue la sonrisa llena de complicidad que él le dedicaba; sonrisa que le devolvió con el mismo afán.

¡Sujétate, Moroha! —entregó en sus manos el calzado hecho jirones y aguardó a que se acomodara en la canasta para reafirmarse en el asiento y descender colina abajo, lo más rápido que esas desgastadas ruedas pudieran andar.
 
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