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Mi nombre es Kagome —le ofreció una sonrisa y toda su simpleza; tan sólo deseaba entender.
Un par de pasos en su dirección redujeron toda la distancia prudente y fue entonces cuando se percató: una presencia, fuerte como la de la perla de Shikon, pero de un símil inexacto, titilaba tímidamente en ella… ¿Qué podría ser aquello?

Parpadeó, presa de la confusión, antes de voltearle el interrogatorio:

¿Estás sola? ¿Alguien te seguía? —no se sintió en derecho de indagar directamente acerca de aquel resplandor que portaba en alguna parte. Pero, si se trataba de algo tan valioso como un fragmento, no sería raro que fuera víctima de persecuciones; quién mejor que ella para saberlo.
¿Una amenaza? ¿Por qué lo sería? En primer lugar, había sido ella quien dio de bruces con su paradero. Parecía ser una niña inquieta y avasallante; nada a lo que no estuviese habituada ya. Y, sin embargo, se sintió inquieta a su lado -aunque no de una forma negativa-; era difícil de explicar, como si una poderosa marea tirara de los pliegues de su falda y la arrastrara indefectiblemente a su orilla. Sus edades eran, en apariencia, casi contemporáneas y aun así Kagome no se sintió capaz de darle un trato de igual a igual, sino, más bien, su voz salió de ella con aquel tono almibarado, característicamente protector y maternal, tan común en ella cuando se hallaba en presencia de un niño.

No tienes que llamarme "humana", ¿sabes? —"humana" de aquí, "humana" de allá. Incluso cuando ella misma tenía la apariencia de una, no cesaba de llamarla así y el motivo saltaba a la vista: aquella niña no era del todo humana y, de algún modo, una parte de ella ya lo intuía. [...]
moroha · F
de Kagome.

Mi nombre es Moroha. ¿Qué hace una humana como tú aquí? ¿No deberías estar en tu aldea?
moroha · F
A juzgar por el tipo de ropa que traía, Moroha relacionó la época a la cual Towa pertenecía con esa chica. Todo pareció encajar y desmoronarse a la vez. Si había dado con esa mujer a la primera, ¿significaba que el espíritu dentro del árbol de las edades hizo un capricho y la arrojó a un tiempo que no era el suyo? Un suspiro pesado y desganado fue la convicción a tan descabellada idea. Sin embargo, no soltaría información de buenas a primeras. Requería indagar y esclarecer sus sospechas. Alzó el mentón y dejó que su sentido del olfato sirviera para romper la tensión entre ambas.


¡Heh! No estaba equivocada. Tienes el aroma de una humana. No eres una gran amenaza por lo visto. — Bien sabía que no era solo “una humana”. De acuerdo a su aroma, tan semejante al del tío Sōta, probablemente esa muchacha se tratara
¡¿Inuyasha?! —no, no se trataba de él. Delante de sus ojos la figura de una niña se materializó y, a juzgar por su mirada desencajada, lucía tan o más impactada de lo que ella misma lo estaba—. Tú... —tomó un par de pasos vacilantes en su dirección, temiendo que de algún modo saliera disparada como una liebre acechada. Era un miedo infundado, pero muy real. No conseguía concebir una razón lógica para sentir aquel misterioso magnetismo hacia una completa desconocida, pero allí estaba, anidado, como si hubiese esperado por siempre para despertar—. ¿Quién... Quién eres tú?

Sus dedos habían comenzado a tamborilear, al ritmo de su inquietud, sobre el borde amaderado del pozo. Inspiró con fuerza, tomando una resolución: iría a buscarlos, ya no podía permanecer en la incertidumbre ni un minuto más.

De un salto se puso de pie y tan pronto como lo hizo, un ruido a sus espaldas captó su atención: hojas, pisadas que se acercaban a ella aceleradas... Conocía esas pisadas, esa forma de andar.

Sus propios pies dibujaron un semicírculo cuando volteó en dirección a... [...]
Aguardar junto al pozo era un punto de encuentro clave. Sus amigos aparecerían en cualquier momento para reunirse con ella, estaba segura. O al menos, uno de ellos lo haría. Inuyasha solía esperarla allí con antelación; siempre antes del tiempo previsto e incluso mucho antes, cuando se generaba algún retraso en su regreso. No verlo aún por allí no sólo era inusual, sino que también comenzaba a ser motivo de preocupación para la joven sacerdotisa. ¿Estaría bien ir a buscarlo? Sabía que él podría molestarse si se alejaba demasiado del pozo. Pero... en una situación así...

¿Qué debería hacer? —no era capaz de percibir nada maligno a su alrededor, pero esperar allí sin hacer nada comenzaba a ser aflictivo. [...]
moroha · F
Este aroma... — ¿Podría ser que su reencuentro con Towa y Setsuna estaba asegurado? Ambas chicas despedían un fuerte aroma a humano, pese a que compartían lazos con un demonio. Moroha se dejó guiar por el olfato; nunca fallaba si de rastros se trataba. No obstante se sorprendió al darse cuenta de un primer error. Conforme avanzaba y se acercaba al origen de dicha esencia, los vestigios de que se tratara de una criatura demoniaca se esclarecieron y confundieron los sentidos de la Shinhanyō. Tensó ligeramente el ceño. Ya no era el olfato lo que movía sus pies, era un instinto inexplicable, un sentido de pertenencia que la atraía como metal al imán. ¿Qué estaba pasando?

Se hizo camino con las manos, empujando arbustos para facilitarse el paso y, cuando llegó al punto exacto donde el aroma se concentraba, Moroha abrió los ojos de par en par al encontrar el motivo de su búsqueda. Una mujer.

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