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Finalmente, la risa se hizo presente en la boca de Kaeya. Aunque aquello era parte de un juego, no podía evitar reírse por la sinceridad que existía en la sacerdotisa, no solo en sus palabras sino también en aquella exquisita expresión que degustó animoso; desde el suave color que se apoderó de sus mejillas hasta esa comodidad que se hizo notoria. En acto reflejo, Kaeya le afirmó por las rodillas y la espalda con mayor firmeza, demostrando que no tenía intención alguna de soltarla, al menos no tan pronto.— ¿Una cita en la feria? Vaya, es mejor de lo que podía pensar. —Confesó, su risa permaneció activa un poco más y se esfumó con la gentileza que se apoderó de sus acciones, mismas que se manifestaron en un suave beso contra su frente y sus cabellos.— A donde mi princesa desee ir, será. Pero qué dicha tengo de tener una cita con ella, aunque, como pirata que soy, debería asegurarme de robar algún tesoro, ¿no es así? ¿Qué tal si me deja robarle un beso o quizá dos?
 
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