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| Aquí voy a poner un escrito/rol/oneshot que va a quedar bien genial cuando no tenga sueño. He dicho. [?] Edit: Mañana lo continuo porque ya es hora de mimir, sowy again [?]
 
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A veces no importaba que deseara pasar inadvertido o que intentara escabullirse de nuevo a su auto exilio, Crepus siempre lograba sacarlo de ese estado con paciencia, motivándolo a superar ese "trauma" que seguía fingiendo tener para mantenerse cuerdo. Y cuando no lo era el maestro, era Diluc, la motivación de tener alguien de su misma edad, o casi, para jugar y explorar los alrededores del viñedo era suficiente para sacarlo de su burbuja.

Era imposible no sentirse feliz cada vez que observaba los cristalópteros volar sobre las vides, contemplar las luciérnagas que iluminaban el camino durante las noches o simplemente disfrutar los días calurosos en la orilla del lago cercano al viñedo. Tenía una vida que jamás había aspirado ni imaginado tener fuera de su hogar. ¿Cómo no dejarse llevar por esa noble aspiración de, por primera vez, ser feliz?

[ VII ]
Y todo por culpa de la maldita amabilidad de Crepus Ragnvindr, la insistencia de su hijo y la curiosidad innata que iba despertando en Kaeya.

¿Por qué no ganarse su confianza plenamente si con ello podía cumplir su labor? ¿Por qué no engañarlos completamente si él ya vivía en un engaño? Debía ser como una araña que arrastraba a sus presas hasta la telaraña donde, llegado el momento, los emboscaría para atraparlos y, cuando tuviera el tiempo o el deseo, devorarlos. ¿El problema? Él había caído en una trampa sin darse cuenta.

El calor, el amor y la pertenencia que no esperaba sentir, jamás, eran quienes movían hilos en su interior para hacerlo dudar o, cuando menos, replantearse las cosas. ¿Por qué debía ser él quien cumpliera ese papel? ¿Por qué no alguien más? ¿Por qué pensaban que realmente un niño estaba listo para no dejarse guiar por sus emociones antes que el raciocinio?

[ VI ]
Porque no era un lacayo, no era un pecador, no era un exiliado ni un espía. Era un integrante más de esa familia: Era un hijo y era un hermano.

No abrirse, no entrometerse, no relacionarse. Era imposible cada día que pasaba, en cada ocasión que se esforzaban por integrarlo en la familia, por hacerle ver que allí podía ser bien recibido, querido... Amado.

Demasiada presión con la cual lidiar, inseguridades que crecían en cada instante. ¿Qué debía hacer? ¿A quién debía apoyar? ¿A quién debía obedecer? ¿A su padre biológico o a ese hombre que le había mostrado la calidez que un hogar tranquilo puede dar?

Gestos pequeños y acciones que parecían ser insignificantes, se convertían en un catalizador de sus ansiedades, sus inseguridades y sus dudas. Tan pequeño, tan tonto e ingenuo, ¿por qué pensaban que podía lidiar con la responsabilidad y aguantar el dolor? No era inmune, era un humano común cuyos sentimientos comenzaba a descubrir.


[ V ]
Mondstadt poseía una envidiable belleza, mientras que Khaenri'ah no era más que una tragedia. Vivía en una mentira, en una fantasía que jamás debía descubrirse ni destruirse.

Pero, poco a poco, la coraza que había armado a su alrededor comenzaba a destruirse. ¿Por qué lo trataban con tanta amabilidad? ¿Por qué se preocupaban demasiado por él? ¿Por qué... Por qué lo trataban como a uno más de ellos? Como a un Ragnvindr más. Era injusto. Lo era totalmente.

¿Cómo iba a luchar contra ello? Las emociones se arremolinaban en su pecho, las dudas crecían y se le hacía imposible continuar con su plan. Todo porque dudaba, porque era un niño inseguro que temía perder aquello que ganaba. Quedarse sin nada otra vez... Era algo que no lograría sobrellevar.

Y no importaba cuánto se alejara, siempre terminaba regresando, atraído como una polilla a la luz, ante todas las emociones que esa familia le brindaban.


[ IV ]
¿Por qué nadie nunca le dijo lo complicado que era ser un niño? Lo débil que debía verse a pesar de mostrarse tan fuerte. Quizá todo habría sido más sencillo si lo abandonaran más cerca de la aldea o de la ciudad o de cualquier otro lugar. Pero el viñedo... Solo habría sido una opción si lo hubiesen tratado como alguien más de la servidumbre, pero no, el amo de la mansión tenía un corazón noble y bondadoso.

Tal vez, si hubiese experimentado por más tiempo lo que era el amor de un padre, en esos momentos no habría comenzado a dudar de sus motivaciones, de sus deberes, de su obligación para con su gente. No se hubiese quebrado ni habría comenzado a perder en su propio juego.

Porque, a final de cuentas, era un chiquillo inocente que cargaba con la maldición de su gente, con el pecado y el castigo de su lejana tierra que parecía jamás haber existido o siquiera ser tan importante para hablar de ella con soltura.


[ III ]
La soledad, la desesperación, el miedo y la envidia eran lo único que podía sentir, o que incluso en ocasiones se privaba de ello para llenarse de incertidumbre. ¿Qué haría el Maestro cuando descubriera la verdad? Esperaba que solo lo echara de esa casa, que lo regresara a las vides donde lo encontró y se olvidara de él. Era lo mejor. Iba a ser lo mejor. A menos claro, que la última esperanza se perdiera, que muriera antes de poder hacer algo.

A veces temía de esa posibilidad inmensa, de que en cualquier momento cometiera un error y se equivocara, donde hicieran preguntas que no sabría cómo responder o que, en algún momento, lo atraparían enredándose en sus propias mentiras.

No creas en nadie. No confíes en nadie. No les permitas conocer tu debilidad.
Que no conozcan tu pasado, porque si te abres ante los demás, no dudarán en hacerte pedazos.


Era fácil repetirlo, pero se hacía más difícil ignorarlo.


[ II ]
Eres nuestra única esperanza.

Esas palabras se convirtieron en parte de su mantra desde que fuera abandonado en aquellas tierras. No había día en que no lo pensara, en que no lo recordada o no lo tuviera presente. Olvidar que un gran peso caía sobre sus infantiles hombros era... Difícil. O al menos eso creía.

Solo tenía que aparentar un trauma o fingir que el abandono de su padre dolía, que el solo hecho de pensar en ese día lo obligaba a cerrarse ante los demás, apartarse y mostrarse huraño ante cualquier cercanía, especialmente del Maestro o de su único hijo.

A veces, tal vez, lo envidiaba. Porque lo tenía todo cuando él, simplemente, no tenía nada. Ni familia, ni dinero, ni un lugar donde siquiera caerse muerto. Mucho menos tenía felicidad porque, ¿Cómo podría? ¿Cómo podría un pecador ser digno de experimentar ese tipo de emociones? Era indigno e insulso.

[ I ]

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