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Pero su mirada, con ese único ojo que dejaba ver, guardaba con recelo la sobriedad que tenía y la calculadora frialdad que su mente poseía; revisaba con atención cada rincón, cada objeto y persona que estuviese en la taberna ese día. Creía reconocer a la mayoría, después de todo, era normal frecuentar el sitio para mantener activa su red de contactos e intentar hacerla crecer. Además, siempre debía estar alerta ante aquellos que, desafortunadamente, quisieran cobrar injustamente por sus servicios de espionaje.

Finalmente, Kaeya levantó la mano derecha, aun conservando esa sonrisa amistosa, y la agitó ligeramente hacia ese hombre que encontró al otro lado del salón: Un extranjero, probablemente de Inazuma por lo tradicional y peculiar de sus prendas. Era lo único, en ese día, que resultaba diferente en su entorno, lo único que podía llamar su atención y que, también, resultaba sospechoso.
 
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