KEae1557152 is using SimilarWorlds.
Join SimilarWorlds today »
"Princesa" de Geartown × No sex'rol × Invalida
About Me
The Whiteboard is a place where people can send Gestures, Attributes, Images, Comments, and much more...
This user is not accepting Whiteboard comments.
This comment by User1555497 is pending approval.
User1555497 · 31-35, M
Tras el gesto de cortesía, dejó ir la mano ajena con la misma facilidad que había demostrado al tomarla; regresó a su postura inicial, marcada con cierta indolencia, al soportar parte de su peso sobre la madera. Desde un principio había supuesto que ella necesitaría ayuda para superar el problema de sus piernas; sin embargo, aún estaba esa nota dudosa, que seguía perturbándolo un poco. ¿Acaso ella ocultaba algo? La sospecha se alimentó cuando esa breve, casi inadvertida pausa, separó el nombre del apellido; merced a la gran afluencia de personas que lo visitaban, y a su lengua fácil cuando se hallaba en las tertulias de taberna, el varón se preciaba de conocer a la mayoría de los habitantes de Geartown, así fuera de vista o palabra. El apellido "Bouchard" no le sonaba en absoluto. No obstante, había en él cierto respeto por la privacidad ajena y resolvió no indagar más en el asunto... Por ahora.

Mientras la escuchaba, siguió bebiendo la infusión a sorbos, disfrutando de ese sabor amargo y fuerte que tanto le recordaba a su lugar de origen. Allende las montañas, más allá de las dimensiones, había nacido años atrás; por ello nadie sabía de dónde provenía realmente, pues su cuna no existía en ningún mapa de aquel mundo. Hablar de ello sería un desperdicio de tiempo. Desde temprana edad encontró en sí mismo amor para la mecánica, la ingeniería, las artes de lo artificial y complejo. Reconoció parte de esa fascinación en los ojos de la chica, a quien había visto de reojo examinando con pleno interés su humilde invento y las otras piezas que decoraban los estantes, desperdigadas por doquier. Se preguntó, casi por mera capricho académico, si ella tendría inclinaciones similares a las suyas; aunque terminó por adivinar que la verdadera respuesta a tal idea tardaría bastante en ser revelada. Después de todo, aún eran dos extraños en una reunión de negocios.

Percatarse de esa verdad fría le hizo relajarse un tanto, por irónico que suene; dado que conocía bien los términos de la escena, podría guardarse todas sus conjeturas y enfocarse en el verdadero problema. Ciertamente, su curiosidad innata demandaba respuestas, saber cuál era la historia detrás de tan trágica condición; pero conocía lo suficiente de la naturaleza humana, entre los rigores de su trabajo y su natural sociable, como para cometer el desliz de intentar averiguar tal situación de forma directa. En vez de ello, con la taza a medio vaciar sostenida por el asa, retornó su mirar a ella; y una mezcla entre entusiasmo y comprensión asomó a sus ojos, sintiéndose completamente seguro de su capacidad para ayudarla. Tales emociones también matizaron su voz. Había algo más: ternura, al escuchar esa pregunta sencilla pero repleta de esperanza, que había escuchado antes en otros labios, en otras inflexiones. Podría reparar su cuerpo, sí, pero, ¿qué sería de su corazón? Al menos, haría su parte, lo que estaba a su alcance, lo mejor posible.

¡Ha venido al lugar indicado!— Su elección fue derrotar ese abatimiento incipiente, esa inseguridad fácil de adivinar en los ademanes y palabras de la chica, con su propio desparpajo y derroche de vehemencia. Además, estaba hablando con total sinceridad. —¿No he dicho antes que puedo arreglar lo que sea? Lo suyo será un paseo por el parque.— Sin afán de menospreciar el sufrimiento que ella probablemente llevaba, su intención era hacerle ver que podía confiar en él para aliviarlo; y, merced a sus conocimientos secretos, aunados a la habilidad de sus manos, tenía perfecta confianza en lograrlo; al menos, en lo que al aspecto físico se refería. Dejó la taza sobre el mostrador con un ademán teatral, y su gesto afable, vivaz, se iluminó un poco al sonreírle de una manera que pretendía ser alentadora. —Bueno... Quizás exageré un poquito. Necesitaré un par de días para prepararme y tener todo a punto, ¡pero estoy seguro de que puedo ayudarle! Aunque, claro, todo tiene un precio.

Su ojo crítico había notado la delicadeza del traje que ella llevaba, los detalles que adornaban su silla de ruedas; e incluso los modales, la manera de expresarse, dejaban a las claras que ella no era una mujer de baja ralea, situación que avivó su suspicacia; había pocas familias en Geartown que pudieran gozar de ese status. La verdad era que no requería de un gran pago, como quería hacer ver para disfrazar su altruismo e interés en ella; pero sería menos extraño pedir una compensación monetaria a utilizar la situación a su favor para lograr su objetivo de saber más sobre aquella dama. Además, lo realmente "costoso" de la operación no podría ser resarcido de ninguna forma, ni con oro ni con buenas intenciones. Claro que ese detalle era algo que solamente él sabía. —Dos días. Déme dos días, reuniré lo necesario para sacarle de la postración. ¿Qué dice, se pondrá en mis manos?— Eligió ese momento para inclinarse un poco hacia ella, ofreciéndole la diestra para sellar el trato.
User1555497 · 31-35, M
[2/2]

Ahora bien, milady, ¿qué puedo hacer por usted? No, un momento...— Otra faceta suya hizo aparición: la del genio despistado, pues en ese momento también se percató de que no se había presentado adecuadamente; y si bien su apelativo era ampliamente conocido en la comunidad, aquello no excusaba su inadvertida falta de modales. Resolviendo enmendar su error, se inclinó respetuosamente hacia la dama, y su diestra halló la mano correspondiente para tomarla en un ademán discreto, suave, llevándola a los propios labios con la intención de imprimir un beso casto y respetuoso sobre el dorso. Acto seguido, añadió. —Perdone mi descortesía... Soy el Mecánico, aunque imagino que usted ya lo sabe. ¡Qué gran falta de tacto mostré al no saludarle apropiadamente! ¿Y cómo puedo llamarle yo, milady?
User1555497 · 31-35, M
[1/2]

Lejos de que la confianza demostrada por él hubiera contribuido a disminuir la desazón que ella parecía experimentar, recibía la impresión de que el nerviosismo había aumentado, y no pudo evitar preguntarse por qué. Estaba habituado a que las personas acudieran a él en busca de favores, en particular los necesitados y tullidos; por ello, ver una expresión avergonzada o reticente por el pudor era de lo más habitual para él. Pero no así esos rodeos que ella daba, al parecer impulsados por la duda; le desconcertaba un poco, más al no poder discernir siquiera los motivos detrás de esa actitud. Jamás había conocido a esa chica, eran dos desconocidos en los albores de la noche, rodeados por el tic tac incesante de los múltiples dispositivos de cuerda; el olor a metal, vapor y aceite; el sonido de la caldera en la trastienda; y una especie de quietud solemne que parecía amenizada por el resto de la algarabía. Por un momento, el único sonido que se añadió a las palabras de esa voz tersa fue el chirriar de los goznes cuando él cerró la puerta tras de sí. Esta vez, se aseguró de que el letrero mostrara la leyenda de "Cerrado" al público, a fin de evitar cualquier interrupción: presentía que el asunto por tratar era delicado.

Deshizo sus pasos, volviendo a rodear el mostrador y tomando un paño que siempre tenía cerca, para frotarse las manos con él; si bien solo había tinta en ellas, ese era un gesto automático cuando se preparaba para atender a un cliente, dado que sus dedos solían estar embadurnados de aceite para maquinaria. Sin embargo, contrario a lo que podría esperarse, no se quedó a la expectativa ni mantuvo quietud mientras la joven hablaba; en realidad, le dio la espalda por un momento, dando unos cuantos pasos a un rincón del local, donde un curioso artilugio esperaba. El dispositivo tenía un recipiente de cristal relleno con lo que parecía ser agua corriente, y del cual sobresalía un tubo que traspasaba una sección metálica, desapareciendo de la vista; solo podía verse el boquete donde debería estar el final del mismo, cuando él retiró un compartimiento adosado a la estructura, que dejó a un lado. El varón recuperó dos tazas de un compartimiento cercano, tras accionar el botón rojo que puso en marcha la máquina, misma que emitió un zumbido ligero al comenzar su labor; mientras que él se apresuró a sacar un pote con hierbas secas, tomando sendas porciones para cada recipiente, antes de que el líquido comenzara a fluir y manar por la salida, junto con el vapor que indicaba a todas luces el hervor. Rellenó ambas tazas con el agua caliente, y tras colocarlas en una maltrecha bandeja de plata junto con una azucarera, apagó el aparato y regresó a atender a su visita.

¿Té?— Fue todo cuanto dijo en un inicio, tras dejar la bandeja sobre el mostrador y ofrecerle una de las tazas a la joven. Esperó a que ella la tomara, para levantar la propia y dar un sorbo de la infusión, que tenía un tono café claro; no se molestó en añadir azúcar. Tras chasquear la lengua en un gesto de claro deleite, retornó su observación hacia la chica, aún enarbolando esa sonrisa afable y segura de sí misma que había mostrado desde el inicio de la entrevista. —Beba, por favor. Viene perfecto para los nervios; aunque puede que resulte un poco amargo para el gusto de una dama.— No era una burla; más bien, parecía querer transmitir verdadera amabilidad. Al haberse colocado del lado exterior del mostrador, frente a la joven, pudo recargar parte de su peso contra el mueble, dejando reposar uno de los codos mientras el otro brazo sostenía la bebida humeante. Entonces, juzgó necesario responder las cuestiones aturulladas que ella había lanzado. Al hacerlo, hubo una nota inconfundible de orgullo en su voz; tenía motivos para ello, sus creaciones eran conocidas en toda la comarca y usadas por gente de todos los estratos sociales. Sus ademanes de mercader, aunados al entusiasmo, hicieron aparición en ese momento. —¡Así es! Desde una mano faltante hasta un corazón roto, ¡no hay nada que no pueda reparar!— Hacía alusión, por supuesto, a su famoso slogan, tan conocido en los alrededores. Un nuevo trago inundó sus papilas y calentó su garganta tras la declaración, y también fue el preámbulo a la sencilla pregunta que sería medular para saber cómo debía proceder ahora. Su expresión rebosaba interés, así como sus gestos; incluso viró un poco el rostro y torso hacia ella, para casi encargarla de frente, demostrando que ardía en deseos por saber más del asunto que ella se traía entre manos, si bien no era tan difícil de adivinar. La verdadera pregunta era por qué ella había llegado casi a hurtadillas, y el deseo de saber las razones era acuciante.
User1555497 · 31-35, M
Un día más en la vida del artífice: uno repleto de ideas locas, a cual más disparatada que la anterior, trazadas sobre los papeles que, uno a uno, iban amontonándose sobre el mostrador. En los interludios tranquilos donde la clientela escaseaba, el varón se dedicaba a bocetar, intentado dejar en tinta al menos una idea aproximada de los inventos maravillosos que le pasaban por la mente; ¡tantas innovaciones, tanto que mejorar en el mundo! Si tuviera los recursos y el ingenio suficiente, podría pasarse la vida construyendo un objeto tras otro; a decir verdad, esa era una de sus ambiciones. Pero la realidad tenía otros planes; su modesto taller era bastante frecuentado por gente de todo tipo, desde el artesano humilde hasta el aristócrata extravagante; cada uno con necesidades distintas. Artilugios de ensueño sin aplicación práctica, que decorarían los fastuosos salones de la clase dominante; dispositivos mecánicos diseñados para facilitar la vida diaria; incluso, prótesis casi mágicas, la mayoría creadas a manera de caridad. Todo tipo de milagros mecánicos salían de aquella fábrica de sueños, y su autor se devanaba los sesos cada día en busca de inspiración para hacer aún más.

El Mecánico. Su apelativo era suficiente para reconocerlo en cualquier parte de Geartown, e incluso en las ciudades vecinas; nadie sabía su nombre real y, a estas alturas, tampoco importaba. Su trabajo hablaba por él mejor que cualquier presentación; poco se sabía del hombre detrás del genio creativo, y la mayoría de las personas habían desistido de indagar al ver lo reacio que era él a hablar de otra cosa que no fuera su oficio. Enigmático y afable, era una figura destacada en aquella ciudad de acero, engranes y vapor; sin embargo, se negaba a dejar su amado taller en Central Street, argumentando que "no tenía tiempo para estupideces" cuando algún oficial o alto mando requería su presencia; así fuese para un homenaje o para pedir su consejo en asuntos de guerra. Esa era, quizá, su única regla: no crear armas; y prácticamente nada podría disuadirlo de romperla, ni el oro ni los halagos.

Ya había pasado el tiempo de cerrar. A lo lejos, las campanadas del Gran Reloj anunciaron horas donde la mayoría ya descansaba, a buen recaudo dentro de sus hogares; en condiciones normales, el repiqueteo metálico y contundente sería la señal esperada para dar la vuelta al letrero de "Abierto" y acompañarse del rumor de los engranes perfectamente aceitados rodando en el trasfondo. A veces, un buen libro ayudaría; en otras, podría cambiar sus ropas sucias por la labor diaria e ir a beberse un par de pintas de cerveza en la taberna más cercana, siempre en compañía de alguien. Su conversación fácil y amena le facilitaba el no pasar soledad en público. Sin embargo, esa noche se había embebido en un nuevo diseño que lo mantenía fijo al escritorio; razón por la que las luces de su taller permanecían encendidas, con él dentro, y el pequeño cartel en la puerta anunciaba que aún se encontraban en horario de servicio.

Algo - llámese intuición, sentidos agudos, o mera suerte - le hizo levantar la vista de su labor, si bien permanecía oculto a medias por el mostrador del negocio. Se puso en pie para echar un vistazo a través del cristal; aún tenía la pluma en mano cuando se levantó del banquillo, pues se había olvidado de colocarla en el papel secante merced a lo intempestivo de su alerta interna. Había una silueta de baja estatura al otro lado de la entrada, o al menos eso le dejaba saber si vista un tanto cansada; a lo que el Mecánico, ya de pie y bordeando la división de madera, se dispuso a dejarle entrar. Cuando por fin se encontró en el umbral, grande fue su sorpresa al encontrarse con una chica de belleza singular, al parecer indecisa y quizás un poco atemorizada, pertrechada con una silla de ruedas. Su expresión se relajó un tanto, haciendo gala de la cortesía por la que no pocas mujeres habían fijado sus atenciones en él.

¡Bienvenida, supongo! ¿Se encuentra usted bien, milady? ¿A qué debo el honor de esta visita tan... Inesperada? Normalmente, esperaría la llegada de la clientela en horarios más amigables; máxime si se trata de una dama, pues las calles no son tan seguras.— La expresión de duda en el rostro femenino era tan obvia, que incluso le hizo olvidarse un momento de su desparpajo habitual. Sospechando que aquella joven podría estar ahí por "circunstancias especiales", añadió en tono calmo, mientras se hacía a un lado para dejarle pasar. —Adelante, por favor. Será un placer ayudarle en lo que necesite.