Aquella no dejaba de parecerle una pregunta teñida de inocente ilusión rindiéndose ante la angustia y la desesperanza; no podría culparla, si así lo fuera. ¿Qué podría decirle sino una estupidez de austero alivio? ¿Qué podría decirle aparte de una aciaga realidad o una quebradiza mentira?
El ulterior silencio abismal tras la puerta ya agotada, aunque bien reforzada, anunciaría su ubicación repitiendo con eco cualquier chasquido, incluido el más sutil de los accidentes. Lo que sería peor.

—Tranquila… —musitó cauteloso, viéndola a los ojos con una mirada sincera e inmutable.

No obstante, una respiración pronunciada —de cuerpo inimaginable— se acercó presta, sofocando por completo sus anteriores palabras e intenciones, y agitó con insistencia la manija de la puerta mientras batía paredes y muebles queriendo entrar.