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[Entrenamiento]
 
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Si la pelea le exigiría emplearse a fondo, sería mejor comenzar con el pie derecho. Con esa idea en mente, Ayax empezó a hacer acopio de energía, una de sus habilidades insignia; cuando el poder comenzó a fluir a través de él, un ligero viento se desató a su alrededor, levantando el polvo en un torbellino apenas perceptible que abrazó sus pies. Éstos se plantaron con firmeza sobre el suelo, previendo la flexión de las rodillas; entonces, asiendo la espada con ambas manos, los brazos levantados y el arma paralela a su rostro, el samurai lanzó una última palabra:

"Vamos."

antes de comenzar. Impulsándose con la fuerza de sus piernas, se lanzó al frente con una sencilla, mas veloz, estocada, que pretendía iniciar las hostilidades. Su actitud cambió por completo, volviéndose belicosa y alerta; aún durante el ataque, no osó despegar la vista de Ophelia, midiéndola, esperando su reacción que, seguramente, daría cuenta de ese primer movimiento sin problemas.
Había peleado codo a codo con Ophelia, pero solo hasta ese momento se había detenido a observarla; así fuera tan solo su manera de caminar, aquel era un buen momento para obtener información valiosa, en vistas al encuentro. De ahí que su forma de verla resultara crítica y atenta, desprovista de toda emoción fuera de la expectativa; y, cuando ella por fin se detuvo (a distancia prudente, un gesto que el samurai habría aplaudido en otras circunstancias), bajó los párpados, observando de reojo la empuñadura de su arma, antes de colocar la mano derecha sobre ella. Volviendo a alzar la vista, respondió, con una sonrisa incompleta en el rostro.

"No te contengas. Si este guerrero es suficiente para que te esfuerces, hazlo; me honrará combatir sin restricciones."

Acto seguido, por fin desenvainó. Trazando una media luna frente a él, intencionalmente lenta, el sol se reflejó en su katana, siguiendo la trayectoria hasta que el filo reposó contra el suelo, a la espera.
Su mirada vigilante había estado al acecho de la cabellera flamígera; sin embargo, sus instintos le avisaron mucho antes de la llegada de Ophelia, poniéndolo sobre aviso con una suerte de intuición que, reconociendo una presencia familiar y poderosa, le hizo volverse, para buscar con la mirada el origen de la llamada. No cabía duda, era ella: Crimson Death, la mujer a quien esperaba con ansias y curiosidad, la que se había ganado su respeto dentro del campo de batalla y fuera de él.

No movió un solo músculo mientras ella avanzaba hacia él, ni su mirada se apartó de la grácil figura femenina; antes, esta última se afiló, estudiando a su próxima adversaria con el interés del guerrero. Ella podría ser hermosa - verdad indiscutible y conocida por todo el reino, a juzgar por los rumores que había escuchado -, pero Ayax solo veía la coordinación de los movimientos, analizaba su forma de moverse para intentar hacerse una idea de lo que le esperaría en el duelo.
Ol1563932 · F
livianos para ser lanzados con rapidez; acomodó cada utensilio y tomó una gran bocanada de aire, preparándose a sí misma para el encuentro que estaba a unos kilómetros de suceder. Ayax era escepcional, nadie nunca había visto a un guerrero igual en Arcadia y, para qué mentir, tenía la admiración de Ophelia. Eso solamente le daba más expectativa al asunto pues nunca antes se habían enfrentado.

Al fin pudo ver el negro del cabello de aquel que había sido un forajido pero no se detuvo cerca de él. No, tenía que medir bien las distancias así fuera para un simple saludo.

— Cuando estés listo. — Fue todo lo que dijo, ni una sonrisa, ni un intercambio de gestos amigables. Ophelia se tomaba cada batalla como algo real, algo serio. Esperaba su contrincante lo hiciera también.
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Ah. ¿Cuántas veces no había oído los deseos infantiles de los niños del pueblo?, ella misma había sido una de las más grandes admiradoras de la escuadra que en ese entonces protegía al reino, empero ahora comprendía aún más a las madres preocupadas que trataban de disuadir a sus vástagos, ahora comprendía a su propia madre. Ser una de los seis, ¿qué significaba eso? Valentía, letalidad, astucia; soldados que entregaban su vida sin pensarlo dos veces y que estaban dispuestos a sacrificar de todo con tal de cumplir los deseos de sus superiores. Soldados que, como ese día, vivían y respiraban para entrenar, pelear y vencer.

Cuando al fin pudo salir del gentío y caminó por el inicio del largo puente que conservaba las ruinas de lo que anteriormente había sido una de las entradas más bellas del mundo, se acomodó la melena ya que la ligera brisa había hecho estragos con cada mechón. Cargaba en una funda atada a su cinturón una espada y tres cuchillos pequeños que ella misma había hecho,
Ol1563932 · F
"Una no llega tarde, Ophelia; son ellos los que llegan demasiado temprano."

Valiéndose en aquella lección importante que le había dado la soberana de Arcadia en sus primeros días como Regina, Ophelia podía deducir que, en efecto, no era ella la que estaba llegando tarde al encuentro pactado - a pesar de ir a paso acelerado entre toda la gente tras haberse perdido de más bajo el velo del sueño - sino que el tiempo le había jugado chueco y de ese modo Ayax se le había adelantado.

Sus pies eran ágiles y cortaban la distancia con una rapidez que solamente ella poseía; a su lado la gente murmuraba como si de un fantasma se tratase y es que Crimson Death rara vez se dejaba ver entre los Arcadianos, a menos que tuviera la misión de escoltar a cualquier miembro de la familia real por sus paseos matutinos.

— Madre, mira. ¡Es una de ellos! Cuando sea grande quiero ser como ella.
— No digas eso cariño...
El samurai esperaba, con los brazos cruzados, a que llegara su "invitada" de ese día; con la doble intención de pulir sus habilidades y hacer un pequeño experimento relativo a la magia, había acordado con Ophelia - su igual, una de los Seis, y alguien a quien admiraba - encontrarse en las ruinas, como se le conocía a los escombros y vestigios a la entrada de Arcadia, testigos de la batalla que culminó en la barrera impuesta alrededor de la ciudad. Ya estaba entrada la mañana; el sol proyectaba enormes sombras sobre el piso, merced a las columnas y estatuas que aún seguían en pie, a medias. Sin embargo, Ayax esperaba bajo los plenos rayos del astro, estoico, tal y como se le había enseñado a ser.
No había nadie alrededor. Era mejor así, sin espectadores que pudieran entorpecer las lecciones... O salir heridos por algún error de cálculo.

Ayax era reconocido por lo inusual de sus costumbres. Entre ellas, la de vestir con sus viejas ropas, o algunas similares confeccionadas según sus órdenes, cuando no estaba de servicio; en vez de llevar prendas arcadianas, vestía con una especie de camisa blanca con mangas amplias y caídas, de dos solapas entrecruzadas; y debajo, un hakama: un pantalón largo con pliegues, de color negro. A la cintura, su fiel espada reposaba, expectante. Sus ojos escudriñaban el horizonte, en busca de una melena inconfundible, tan vivaz como el fuego.

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