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A decir verdad, no se percató del fugaz robo; su atención se había divergido hacia la puerta, que parecía hablarle con la misma fascinación del licor. Tanto mejor; así no la encontraría al volver. Su garganta se sentía seca. Se pasó la lengua por los labios, y notó la rugosidad de la piel deshidratada; un vago sentimiento de nerviosismo hacía presa en él, sin detenerse, como anuncio de un hado adverso. Si se quedaba ahí, terminaría por ceder. Los espectros nunca callaban.

Sería menester seguir su propia sugerencia. Allá afuera, el Sol prometía cegarlo un poco, así fuera para no contemplar el desastre que, poco a poco, intentaba reparar en sí mismo. La brisa parecía mecer las copas de los árboles - o más bien, éstos querían danzar bajo sus acordes, regalando su verdor para alegrar la vista. No dudó más. Poniéndose en pie, cruzó a grandes zancadas el pasillo hacia el umbral y, sin mirar una sola vez atrás, abrió la entrada del hogar abandonado, disponiéndose a enfrentar sus temores.
 
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