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[code]por vez primera y cada uno de sus toques y caricias fuesen dedicados a la más bella obra de arte. Porque eso era ella para el varón: arte, poesía pura; el más bello altar sobre el cual dedicaría las más acendradas oblaciones para llevar a Ariadnae al éxtasis. Los besos lo llevaron al torso, perfectamente dibujado bajo la tela fina que, más que cubrirlo, parecía ponerlo en evidencia, velando a medias los prontos objetivos de los labios hambrientos, que no tardaron en cebarse con ellos. Sin molestarse en apartar la prenda - incluso hacerlo sería parte del preámbulo -, Jules se dedicó a consentir las eróticas prominencias del busto impaciente al rodearlas con los dientes, perdiendo parte de su delicadeza al saber que la intensidad de su acoso se vería limitada por el obstáculo entre su boca y su piel. Una y otra recibieron, alternativamente, el obsequioso tratamiento; afanarse sobre ellas fue un embeleso al que el hechicero se dedicó a plenitud, demostrando [...][/code]
 
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