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[Primera vez.]
 
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CO1566372 · F
De mis Manwhas coreanos favoritos :3, Suho y Jugyeong
[code]Segundo a segundo, fue llegando a ella; el taconeo de sus zapatos fue ahogado por el bullicio; la orquesta se disponía a atacar una melodía presta para el valseo, lo cual le daría el pretexto perfecto para hablarle. Jules se sentía un infante, jugando en un encuentro de adultos, sin saber bien qué hacer, cómo dirigirse a aquella mujer tan fascinante. Echando mano de todo su aplomo y, tras aclararse la garganta, ofreció su diestra a la chica: una cortesía común, de circunstancias, con la que esperaba iniciar todo.

¿Me concedería este baile, milady?[/code]
Y los ojos... ¡Sus ojos! Dos zafiros redondos, expresivos, coronados por las pestañas largas y estilizadas que los decoraban. Un lunar justo en la unión de los párpados, del lado derecho; una imperfección que la hacía aún más perfecta. Y esa sonrisa tranquila, pacífica; todo aquello componía a la mujer más hermosa que he visto jamás. Tenía que acercarme a ella.


[code]En ese instante, Jules se olvidó de todo, hasta de su propio nombre. Con pasos vacilantes, el varón cruzó la pista de baile, sintiéndose nervioso, casi intimidado; como un colegial al que de súbito le ordenaran pasar a la pizarra. Los Adley habían instalado pequeños candelabros en derredor del salón, en apoyo de la luz mortecina de las bombillas recién adquiridas, y la ligera penumbra no hacía sino aumentar su desazón; Jules intentaba mantener la compostura, aparentando una firmeza que no sentía del todo, sin poder apartar la vista de aquella dama.[/code]
Mi misión falló estrepitosamente. ¡Por la Pura! ¿Cómo podía esperarme encontrar a tan digna rival en ese lugar?

Localizar y acercarme a lord Adley no fue ningún problema. Un buen regalo siempre logra maravillas. Para cuando lord Adley recibió mi obsequio y la nota donde solicitaba una audiencia privada, yo ya tenía cuidadosamente ensayado el discurso que pondría en práctica. Pero todo se fue al infierno en cuanto la vi.

Ella llevaba un vestido azul turquesa, con un corset ajustado que le quedaba como un guante, entallado a la figura delgada y espigada, que poseía una gracia innata, como si toda su vida se hubiera conducido de esa manera. Tenía una elegancia que cualquier dama refinada podría envidiarle. Su cabellera de ópalo caía en delicados caireles sobre sus hombros de porcelana. Las manos, enfundadas en mitones de primoroso encaje, sostenían una copa de vino blanco, del cual sus labios sonrosados daban pequeños y discretos sorbos en ocasiones.
Jules se hallaba inmerso en sus recuerdos. Una fotografía esperaba a su lado, a la que el hechicero dedicó una mirada prolongada y significativa, repleta de emociones; a medida que su memoria le mostraba los detalles de esa escena, pareció sumergirse en la memoria, reviviendo el momento en que la conoció...

Ah, sus épocas de arqueólogo. Las pesquisas en busca de arcanos o reliquias que lo ayudaran a volver a casa lo habían llevado a tomar esa carrera; incluso, por un momento se vio a sí mismo dando cátedra en Cambridge, aunque más bien como exponente invitado. Siempre trató de alejarse un tanto de la vida social, pues, ¿cómo podría explicar su edad constante, la falta de envejecimiento en sus facciones? Claro, un sencillo truco mágico podía resolver el dilema, pero tampoco era una solución muy del gusto del varón. Por ello, sus viajes al extranjero habían sido frecuentes y largos, estadías prolongadas... Hasta esa noche.
El baile en casa de lord y lady Adley será una prueba a mi paciencia. Las innumerables banalidades de los ricos, la gula, el desenfreno mal disimulado... Se vienen horas increíblemente tediosas. Tuve que recordarme a mí mismo, una y otra vez, la razón por la que estaría ahí: solo míster Adley tiene la autoridad para aprobar mi proyecto de excavaciones en el Reino Unido. Un favor a cambio de otro. He escuchado del Gran Inquisidor que un viejo artefacto mágico está escondido en su corazón, y calcular las coordenadas nos ha costado no poco trabajo. Pero ese objeto significaría un gran avance en mi búsqueda; soportar la velada bien valdrá la pena. ¡Que la Pura me ampare, y me permita resistir!

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