Las ganancias que ahorró del trabajo en Mooney’s no fueron tantas como para poder costearse una casa propia, pero tenerla seguía siendo una meta a largo plazo. Pasó gran parte de la tarde arreglando y desempolvando muebles; el anterior propietario abandonó el lugar sin llevarse nada. Tenía demasiada curiosidad por saber qué lo hizo huir sin importarle dejar sus pertenencias pero, de alguna manera, lo agradecía. Ya no tuvo que gastar en mueblería.

Liberó un sonoro bostezo; miró el reloj. Casi tres de la mañana. Greendale era, en efecto, un pueblo extraído de pesadillas, no solo por los grises tristes del cielo, también iba cubierto por un aura pesada y misteriosa. Y a veces, solo a veces, en lo que llevaba ahí, le daba la sensación de estar siendo observado. Culpó al cansancio vespertino cuando vio por la ventana a una chica de cabello argentado y...¿un conejo? De acuerdo, ya era hora de dormir, la imaginación y culpa empezó por atosigarlo.

Apagó las luces y se echó a dormir.